En los últimos meses os hemos hablado de algunos lanzamientos del sello Lunar Discos, empeñado en rescatar algunas de las (mejores) bandas que han pasado por sus filas, caso de Zico, Midi Puro o Solina. Un elenco de lujo al que hoy 5 de febrero se suma Malahora a cuento de la salida de Todo el tiempo que pasó, un disco a modo de recopilación de sus más brillantes composiciones. No es, sin desmerecer a los anteriores, un rescate más, pues estamos hablando de la banda que «sirvió de excusa para montar Lunar», según afirma José Luis Osuna, el factótum de este label sevillano. Y no sólo eso, también es especial porque esta publicación sirve como punto de partida de una serie de actividades que tiene previstas el sello para conmemorar sus veinte años de vida (2001-2021).
De esta efeméride nos ocuparemos próximamente de forma más exhaustiva; hoy toca hablar del disco de Malahora. «Fue el germen del sello, ya que se montó básicamente para sacar sus discos. Yo era el mánager del grupo y estuve llamando a un montón de puertas sin que nadie nos prestara atención, así que decidimos hacerlo nosotros mismos«, explica Osuna, al que en aquellos inicios de Lunar echaban una mano Pablo Cabra y Julio López, dos de los integrantes de esta banda de pop-rock con sonoridades anglosajonas que se hallaba por aquel tiempo en las puertas de publicar su primer álbum. Un elepé que sería, así pues, la primera referencia de Lunar Discos y que saldría en 2002 con el título de Intro][vertido, al que más tarde darían continuidad el epé Lunes (2003), un segundo LP titulado Excursionistas (2004) y un nuevo EP, Dormir bien es vivir mejor (2006), amén de unas cuantas colaboraciones en forma de versiones para discos recopilatorios (091, Echo & the Bunnymen, The Smiths, El Niño Gusano, Aerolíneas Federales).
De estos cuatro trabajos se nutre el recopilatorio que aparece ahora, quince años después de la disolución de la banda, con el apropiado título de Todo el tiempo que pasó, que es además la canción que cierra el disco y una de las más recordadas, entre otras cosas porque la escribió José Ignacio Lapido (091) expresamente para ellos. No faltan otros éxitos del combo sevillano, como A mayúscula, Universo o Charcos, entre la docena de títulos seleccionada por Osuna junto a Malahora o mlh, como solían figurar. «José Luis nos pasó una idea de lo que él había pensado y entre todos los miembros, a través de un grupo de WhatsApp que tenemos, fuimos rematando el listado de canciones y el orden de las mismas», cuenta Antonio Arroyo, más conocido como Guego, voz y guitarra de este quinteto que completaban Andrés López y Julio López a las guitarras, Pablo Cabra a la batería y Daniel González al bajo.
Guego reconoce que el lanzamiento de esta compilación, con portada a cargo de Ezequiel Barranco, le hace sentir «muy nostálgico, la verdad. Se te vienen a la cabeza muchas sensaciones y al escucharlo así te acuerdas de un montón de cosas que vivimos. A la vez es una alegría recuperar esto, te deja una sensación agridulce». Aunque la banda tuvo un guitarrista distinto en sus inicios, Yago Gutiérrez, que participó en los orígenes maqueteros (la casete Sopla el viento de 1997 y el epé El desierto de las mil flores, lanzado por Pussycat Records en 1999), el despegue llegó como hemos señalado cuando arranca la era Lunar y Julio López se incorpora como quinto miembro. «En el momento en el que entra en juego José Luis es cuando el grupo crece y empieza a tener más posibilidades, como por ejemplo poder grabar con Paco Loco«, admite Guego.
El afamado productor asturiano, detrás de su más celebrado trabajo para el sello sevillano, Excursionistas, señala recordando a Malahora que «con el paso del tiempo, quizás estaban un poco adelantados a lo que luego se empezó a gestar. Y digo con el paso del tiempo porque cuando yo los grababa me parecían muy actuales, muy de la época. Echando la mirada atrás y escuchando lo que ahora está triunfando, veo que si ese grupo hubiera sacado sus discos más adelante, otra suerte les habría acompañado. Pero en fin, las cosas son como son. La cosa es que Malahora era un grupo bastante equilibrado en donde cada uno de los miembros tenía una identidad propia. Quizás el fallo es que no había un líder total. Pero eso que puede ser un fallo a mí me gustaba mucho«, añade.
Malahora anunciaban su adiós en julio de 2006, tras una década en activo, pero sus integrantes iniciarían nuevos caminos: Andrés López, mudado a Granada, ya había empezado a tocar con Niños Mutantes; Guego fundaría Zico y luego Pecesbarba –a los que por cierto podéis ver mañana sábado en la Sala X junto a Venezia Rojo Shocking–; Julio López pasaría por Mañana antes de recalar asimismo en Pecesbarba; Pablo Cabra estuvo en Sr. Chinarro y Maga y sigue en activo con O Sister!; y Daniel González encaminó sus pasos al mundo del jazz.
Hemos mencionado a los coetáneos Niños Mutantes, otros referentes del indie andaluz de finales de los noventa y principios de este siglo. Y precisamente es Juan Alberto Martínez, líder del grupo granadino, el encargado de firmar el texto que acompaña a Todo el tiempo que pasó, y en el que señala. «Ahora que el indie empieza a ser una especie musical en vías de extinción, los testigos y los supervivientes podemos mirar atrás y recordar cómo nació y cómo creció. Si los festivales se extendieron como setas y aquello se convirtió en una moda masiva no fue por generación espontánea. Fue gracias a bandas que a finales de los 90 se encerraban en locales a hacer música sólo por el placer de hacerla, tipos que se inyectaban música en vena 24 horas al día, grupos de románticos que sólo pensaban en canciones y que nunca grabaron stories para instagram ni se visualizaban tocando en la Plaza del Trigo mientras las mangueras mojaban a la multitud. Malahora fueron, junto a El Hombre Burbuja, o Mamá Baker, una de esas plantas que tuvieron que crecer en terrenos que aún no estaban bien preparados para su especie. Pero abonaron para lo que vino luego, y a muchos nos hicieron felices y nos mostraron el camino. Al escuchar A mayúscula, Lunes o Charcos puedo cerrar los ojos y viajar a conciertos con un puñado de iniciados de una secta en la que conocíamos cada nota y cada arreglo, cada palabra, cada pedal y cada guitarra, y en los que, al terminar, público y músicos acabábamos mezclados hasta que se hacía de día. En tiempos de toque de queda son recuerdos que escuecen un poco».
Y prosigue: «Aunque Malahora tenían canciones redondas que se pegaban a la primera escucha, nunca se conformaron con eso. Se comían mucho la cabeza. Volver a escucharlos ahora permite apreciar mejor sus intenciones. Sus arreglos eran orfebrería fina. La evolución que ellos hicieron en dos discos no la consiguen otros en una carrera completa. Investigaban y retorcían los detalles (imagino que para deleite de su fiel Paco Loco, cocinando con su salsa favorita) y además lo hacían porque podían, ya que, a diferencia de la mayor parte de sus contemporáneos, sabían hacer sonar (bien) sus instrumentos. Eran tan buenos que toda una jauría de buitres nos lanzamos ávidos a buscar a los Malahora para reforzar otras bandas: por ahí sigue viva la semilla malahorística, se puede rastrear en decenas de discos en que sus miembros han seguido dejando arte a diestro y siniestro. Que nos lo pregunten a Maga, a Niños Mutantes, a Chinarro, y responderemos que estamos en deuda con estos tíos. No soy amigo de la nostalgia. Me hace sentir viejo, prefiero mirar adelante. Pero en estos días en que el futuro se ve tan borroso se agradece volver a volar libre en la música de Malahora, puerto seguro». Poco más se puede añadir. Sólo agradecer a Lunar Discos su incansable e impagable labor.