Tomás de Perrate. Teatro Lope de Vega. Bienal de Flamenco. 19 de septiembre de 2020.
Se fue abriendo el telón para dejar ver a los instrumentistas y al cantaó en medio de ellos: el gran tambor y las percusiones de Antonio Moreno Saenz a la izquierda del escenario y el piano y teclado electrónicos de Alejandro Rojas-Marcos a la derecha; sentados en sillas de enea, en el centro, el maestro, Tomás de Perrate, flanqueado por Marco Serrato, el contrabajista, y Alfredo Lagos, el guitarrista. Este último comenzó a desgranar las primeras notas y Perrate lo animó con un ezo é, para dejarle unos acordes más antes de arrancarse con las seguiriyas del Nitri, Por aquella ventana, que tantas veces le escuché a mi vecino poliganero, el Chocolate, cuando se juntaba en los poyetes de debajo de su bloque con los Farrucos. Tras estos cantes se hicieron oír el contrabajo, el piano y la percusión, con una pieza que creó una sensación ominosa, oscura como la noche que se avecinaba, a la que estaban abriendo paso. Noche oscura; una tormentosa introducción adaptada a la estructura y planteamiento que tendrá en un próximo disco, pero con una improvisación libre para presentarla en directo. Con esas palabras del título comenzó Perrate esta toná de Jacinto Almadén, más oscura aún por el terror que emanaba del acompañamiento musical de los tres y vocal de Antonio y Marco, apoyando a Perrate. Unión de lo viejo y de lo nuevo, de la tradición y la vanguardia. Una unión enriquecedora que no entiendo por qué tanto solivianta a los puristas que solo admiten al Perrate clásico, cantaó por derecho, y rechazan su acercamiento a nuevas formas de entender su arte. ¿Por qué reprimir ese arte de Perrate si él mismo no se limita a ser un cantaó convencional y es capaz de adaptar todo un repertorio del flamenco, e incluso de más allá de sus límites, para dar forma a un espectáculo tan brillante como este Tres golpes que presentó en el Lope de Vega? Perrate no es solo un cantaó de flamenco, es un artista total, capaz de recrear todos estos cantes e incluso de acompañarlos él mismo tocando todos los instrumentos, tal como atestiguan algunas demos que circulan por ahí previas al disco que está grabando con Refree en la producción. ¿Por qué privarnos de los solos y las improvisaciones de los instrumentistas que le rodeaban y no limitarse solamente al acompañamiento, genial, eso sí, de la guitarra? Si los puristas abriesen la mente y se diesen cuenta del derroche de arte que se desprendía de las miradas cómplices de Marco y Alfredo, traducidas en caricias y pellizcos de sus dedos a las cuerdas del contrabajo y la guitarra durante la jácara que entonaba el maestro a lo mejor cambiaban de opinión; pero es más cómodo atenerse a los prejuicios. Ellos se lo pierden.
Al contrario que ellos, yo no tengo capacidad de realizar un análisis crítico del concierto, como os he dicho otras veces que he escrito sobre cosas de la Bienal, pero sí que puedo contaros lo que ocurrió y lo que me pareció personalmente, y lo que siguió fue que sin solución de continuidad la tensa instrumentación amainó y apenas se fue convirtiendo en suaves pasadas del arco sobre el contrabajo de Marco, para enlazar el cante con un romance, Melisenda insomne, una canción de Sefarad que desde que saliese en España en el siglo XVI se movió entre los círculos radicales hasta convertirse en un himno secreto de los jacobinos franceses; vino de vuelta con Carmen Linares y esta noche Perrate mezcló su barroquismo con la soleá de Antonio Mairena, apenas contrapunteada por la percusión en algunos pasajes, conducidos siempre por la guitarra flamenca. De nuevo un ezo é que a Perrate le salió del alma en la última nota de las cuerdas dio paso a los primeros gritos de bravo y a los jaleos en el patio de butacas y los palcos.
Todavía ahondó Perrate más en los orígenes del flamenco con La casa de Cupido, unas seguidillas antiguas del Alosno, precursoras de las sevillanas, pero que a él le suenan muy flamencas, y con ellas se animó, tras comenzarlas con suave compás y dejarlas terminar lentamente, pausadas. Música clásica popular de los siglos XVI, XVII, que aún perdura, son las jácaras, y la que eligió Perrate fue No hay que decir el primor, para lucimiento de todos: Marco dejó el arco para pulsar el contrabajo con los dedos, Alejandro hizo un primoroso solo de piano acompañado con las palmas del maestro, y todos al final lograron una apoteosis de tal forma que pareciese que iban a morir abrasados bajo los rayos de la confusión por su arrogancia semejante a la de la doncella de la que Perrate cantaba. Se quedó el cantaó anclado en ese tiempo pretérito con unas soleares como las que un gitano estibador del puerto de Sevilla, que no se conformaba con descargar sacos porque también era artista, hubiese cantado adaptándolas al folclore popular que encontró aquí, con mucha humildad. Y a solas con la maravillosa guitarra de Alfredo empezó con la estrofa de una soleá del Mojama, para seguir con una de La Serneta, también con Mairena (¿o era el Talega?), luego de Barullo, otra de la Soleá del Pilarico que tan bien se le daba a Morente, una más ahora sí por el Talega, seguro; del Terremoto de Jerez convirtió un cachito de bulería en soleá y remató con otras letras de La Serneta tal como las cantaba Antonio Mairena.
Y llegó el momento de recrearse haciendo lo que ha mamao, las bulerías con la marca del Perrate Viejo y de la Fernanda de Utrera, de su Utrera, empezando con unas soleás de Cádiz convertidas en bulerías de El Gloria para seguir con muchas más estrofas que me dediqué a disfrutar en vez de a recordar, entre las que me llamó la atención una que parecía una de esas dramáticas letras de Rafael de León adaptada a bulerías al golpe por los gitanos de Utrera. Y en esta ciudad es inevitable recordar al que todos tenemos en mente, y él también en el corazón (¡Bambino in my heart!, exclamó), a través de un tango argentino que yo creo que Bambino no llegó a cantar nunca, La última curda, pero en el que Perrate sí tuvo presente su figura, su forma de entender la copla, haciéndolo al estilo de aquel, una histriónica confesión.
Una miniatura en solitario compuesta por Marco Serrato para contrabajo sirvió de introducción a Yo soy la locura, la folía del siglo XVII con una letra que vuelve loco al Perrate, tanto como para transformarla en una suerte de flamenco abstracto, con cambios de tono en la voz que fueron un perfecto anticipo de los que siguieron en la chacona de Boa Doña que ya le conocíamos de antes, introducida aquí por un largo solo de percusión con mucha improv de Antonio Moreno, que después de dejar paso a la gravedad del sonido de Marco se convirtió en una fiesta, aumentada todavía más tras el solo de órgano Hammond de Alejandro, sonido de Memphis con palmas de bulerías, para un final que Perrate quiso prolongar por encima de los aplausos… seguimos, seguimos… y retomar la chacona para presentar sobre ella a los músicos que le acompañaban: Antonio, Marco, Alejandro y, para que cerrase en plena gloria, a Alfredo. El definitivo final llegó con los Tres golpes que dan título al espectáculo, música del Caribe pasada al flamenco en esa ida y vuelta entre los dos mundos; una canción de los Gaiteros de San Jacinto, una agrupación musical colombiana, creada en 1954 para conservar la música tradicional de gaitas y tambores heredada del mestizaje indígena, africano y español, que ellos entonaron todos de pie, al borde del escenario, a voz limpia y palmas, en una forma que a alguno de los participantes dejó desmarcado sin saber muy bien qué pasaba allí y Marco Serrato, por ejemplo, tenía la misma cara pasmá que Bob Dylan perdío en medio de la reunión final del día de las Leyendas de la Guitarra con que se inauguró el Auditorio de la Cartuja; estoy seguro de que le alivió la bajada del telón.
