Quentin Gas. Sala X. 31 de julio de 2020
Anoche tuvo lugar en la Sala X el último de los conciertos del Ciclo XS con la fusión de flamenco sintético y techno que Quentin Gas nos presentó hace unos meses en el Monkey Week, con el único respaldo del DJ Enzo Leep y que aquí, repitiendo formato, debió haber sido una reválida si no fuese porque las poderosas máquinas de baile en las que ellos dos han convertido estas piezas reconstruyendo toda la arquitectura musical que tenían, no pudieron tener la adecuada y merecida respuesta por parte de un público obligado a permanecer sentado y con la mascarilla puesta. Aun así, en un final todo lo apoteósico que las circunstancias permitieron, todos los presentes, al ser escasa la cantidad y ver que no había peligro de contagio del malo, nos levantamos de nuestros asientos, contagiados buenamente unos de otros de las ganas de baile, imposibles ya de reprimir, para movernos delante de las sillas con la certera deconstrucción del Mala puñalá encadenado a una larga introducción para Hola mi amor, imposible versión de Junco, que hizo terminar a Quentin por los suelos, derribado, literalmente, a plomo, para quedar allí inerte mientras Enzo iba dejando que los últimos ritmos electrónicos que lanzaba desde su consola, lentos y decayendo, se convirtiesen en un fade out que fundía la sensación momentánea de placer de minutos antes con el bajón a la puta realidad que nos rodea. Un final intenso y agridulce que pocas veces más volveremos a sentir como anoche.
Hasta llegar ahí el concierto se desarrolló según la pauta seguida en aquel Monkey, con canciones de los discos, apenas reconocibles con el nuevo tratamiento electrónico, y el adelanto de otras nuevas, que aparte de la versión final, fueron las mismas que escuchamos en la pista de coches locos, aunque aquí adquiriesen una dimensión completamente distinta a la que tuvieron allí, con aquel público que abarrotaba el recinto y con ganas de una banda sonora potente para seguir con la fiesta. Enzo Leep subió solo al escenario para empezar a construir, con eclécticos sonidos electrónicos, la atmósfera adecuada para que Quentin saliese a cantar Mangal y desde el principio sentase las bases de cómo iba a ser el concierto, prolífico en alcance y sustancia, desarrollándose como una montaña rusa alucinante, llena de giros inesperados y destellos de genio, que se quedó muy corta en un viaje de apenas 50 minutos.
Las letras cortas de las piezas de Quentín propician que Enzo pueda estirar las atmósferas, aunque más bien habría que decir que dejaba que permanecieran y penetraran en la gente, como si todos participásemos en una meditación de la que de pronto nos sacaba Quintín, con las voces repetidas y amontonadas por su station loop, que convertía la sala en un pandemónium, continuado en Tierra con los desgarradores gritos de planeta muerto que nos dejaban con la emoción contenida y el alma en un puño y que Enzo se encargó de mantener un rato más porque sin duda es un DJ que sabe cómo evocar un estado de ánimo.
La forma en la que Enzo y Quentin tienen que adaptarse entre sí me recordó a veces a cómo tenían que hacerlo Silvio y la banda que le acompañaba en sus conciertos, porque la manera de fracturar una pieza sin que la deformación deje de contener belleza no debe ser fácil para los que ponen la música al elusivo modo de cantar de gente como ellos, Silvio y Quentin, cada uno a su modo y estilo, pero unidos por la anarquía que en el caso de este último vi anoche en la entrada de IO, con la primera estrofa cercenada vocalmente pero que el dúo recuperó tranquilamente, para que fuese lo que siempre ha sido, la pieza que rompió moldes para convertirse en la pionera del nuevo arte de Quentin, la que le hizo soltar lastre y dejarse ver sin contenciones, y sin pretensiones.
Durante los siguientes minutos Enzo dobló, torció, aplastó, golpeó el ruido como un mago frenético que inventa la poción más vertiginosa y misteriosa capaz de convertir un zorongo gitano en una jungla de alto octanaje. La electrónica fluida y los ruidos del house desvaneciéndose en techno hicieron que Quentin fragmentase su Deserto Rosso hasta llevarlo a un charco de zumbidos de esos que adormecen la mente, del que nos sacó con una dispersión llena de efectos del estribillo del Nuevo día de Lole y Manuel lo suficientemente fuerte como para sacudir todo el bloque de puristas del flamenco y de la concreción de estilos. «Los estilos no existen, son un invento de los estrechos de mente; yo puedo hacer flamenco, puedo hacer pop, puedo hacer rock, puedo hacer trap, puedo hacer reguetón y puedo hacer lo que me dé la gana, porque si la música la separamos por géneros se va muriendo», dijo en un momento determinado. Y eso, lo que le dio la gana, continuó haciendo Quentín durante todo el resto del concierto.
El bloque de piezas nuevas que siguió nos dejó entrever a un artista golpeado por el pesimismo de la vida… cuando tú te vayas todo va a seguir igual, por eso tu vida no vale ná… con la mascarilla colocada para poder pasearse por el pasillo que dividía las filas de sillas, luego se lamentaba con solo su voz, sin amplificar ni acompañar de electrónica… quisimos ser dioses, pero las máquinas querían y pedían libertad… el quejío en estado puro, sin compás, sin un palo concreto del cante al que ceñirse, del que nos sacó un sampler de regusto trianero lanzado por Enzo, aunque en realidad fuesen unas lineas de acordes del Like a hurricane de Neil Young. Canciones en permanente movimiento, sin siquiera títulos concretos, Cambio climático, Grrra, Dioses… hasta el final que antes describí, con Mala puñalá.
Intercambiando estados de ánimo por parte de Quentin, de BPMs por parte de Enzo, el concierto de anoche nos desafió constantemente a cambiar de marcha junto a ellos. Mantenerse al día con Quentin Gas es mirar al techno como un agujero negro y luego ser transportado por una nave espacial en un viaje tan emocionante como el que describe en su historia de la odisea del pueblo gitano. En general es difícil predecir qué hará Quentin desde ahora, sobre todo en espectáculos de proporciones y expectativas mayores que el de anoche. Pero seguiré yendo a verle, porque sé que siempre intenta hacerlo todo aunque nunca sepas si lo que estás viendo y escuchando es un experimento de vanguardia o una provocación deliberada.