Rosario La Tremendita. Teatro de la Maestranza. 18 de septiembre de 2022
Con la inspiración como única guía, Rosario La Tremendita ha elegido el delirio de vivir libre dentro del mundo del flamenco. Libre de pasearse por su entorno e incluso de salirse más allá de cualquier límite. Rosario es flamenca y siempre seguirá siéndolo. En su concierto de ayer de la Bienal de Flamenco en el Teatro de la Maestranza, donde presentaba su recién lanzado disco Principio y Origen, nos dijo que al principio estuvo buscando nuevas texturas en el flamenco y ahora las ha desnudado y las acompaña solo de guitarra, aquí las de cinco maestros, volviendo así al principio. El origen fue Triana; desde allí ella se acercó a todo músico, artista y disciplina que generase su interés para su crecimiento y evolución. Anoche tuvimos muestras de todas esas texturas, desde las más cercanas a las raíces del flamenco hasta las que se crearon con la experimentación más absoluta.
Y el caso es que al principio me costó un poquito entrar. El concierto lo estructuró Rosario en dos partes, comenzando por el Origen para seguir después con el Principio; primero el flamenco más puro, después el que tenía texturas jazzies, rockeras, electrónicas… y con el telón levantado desde el inicio, dejándonos ver sillas de enea repartidas por todo el escenario, salió Rosario llevando del brazo a Rafael Riqueni para que se acomodase en la silla central, la más cercana al público. El maestro comenzó con dos notas de su guitarra, las dos mismas con las que Rosario canta las dos palabras que sirven de título a mi canción favorita de todo su repertorio, Mi voz. Pero la prefiero siempre como la grabó primero, con su voz acompañada por los teclados y sintetizadores de David Sancho y la batería, programaciones y arreglos de Pablo Martín Jones. Mi voz empieza siendo una taranta inspirada en Pepe Marchena que luego Rosario convierte en fandango ya que al fin y al cabo todo cante libre viene de la estructura del fandango, cante de levante, granaína, malagueña; lo que ella trata de hacer es encontrar la sencillez dentro de la complejidad del cante, más que en el palo; por eso es frecuente que mezcle cantes y palos, saliéndose, como dije al principio, de todas las reglas y siendo libre. Esa dicotomía entre la sencillez y la complejidad quedaba muy diluida en su interpretación; su voz, que duele cuando habla, que mata dónde apunta, quedó totalmente supeditada al toque de guitarra, oscurecidos totalmente la taranta y los fandangos por los apuntes que ella le pidió… maestro, ¿cómo era eso?… de la marcha Amarguras. La evocación venció a la emoción.
Todo volvió a su ser cuando el relevo a la guitarra flamenca lo cogió Rycardo Moreno para acompañarla en unas seguiriyas que Rosario dilató en el tiempo, haciéndolas volar mucho más libres que cuando en el disco se hizo acompañar por Salvador Gutiérrez, moviéndose entre las sombras de Juan Feria, del Marruro. Volvió a los arreglos canónicos del disco con los tientos de Concha dorada, acompañada esta vez por la guitarra de Joselito Acedo, y solo asilvestró su quejío un poco ya al final. Luego fue Juan José Suárez, Paquete quien le acompañó en el híbrido de bamberas y -de nuevo- fandangos en que Rosario convirtió unos fragmentos de la Romería de Yerma de Morente. Y el quinto maestro en aparecer fue Dani de Morón para las bulerías de La niña de los lunares, que fueron a más en cada estrofa que ella interpretaba, para terminarlas con una fuerza inusitada. La noche mejoraba por momentos.
Y tanto mejoró que Riqueni nos hizo aflorar las lágrimas con las notas de su guitarra, acompañadas suavemente por la de Acedo, antes de que sobre ellas sonase la voz de Rosario, en unos cantes muy libres, recordando a Triana, el origen de todo esto. Maestro, usté sa colao, usté no viene en la lista, le dijo a Juanfe Pérez, que se había sentado segundos antes en otra de las sillas de la derecha del escenario, con su bajo eléctrico entre las manos. Pero bueno, lo dejó allí porque, según dijo luego también, él es quien mejor le acompaña por alegrías. Notas graves de cantiñas sonaron primero, sentando unas bases sobre las que ella se lució por alegrías, que empezó en Cádiz y terminó en Córdoba… a soñar que yo me echara… sentenció la niña. De nuevo Acedo en escena, esta vez acompañado por Paquete, pusieron sus cuerdas de nylon al servicio de Rosario en unos fragmentos, sacados por bulerías, de coplas de Quiroga, Vizcaíno y Rafael de León, de quien eligió la mítica A tu vera para sanar la herida del cuplé acelerándolo al final de forma fiestera.
Con la guitarra flamenca de Rycardo Moreno, la Tremendita puso después nuestras emociones a flor de piel con Un mundo nuevo, la petenera de La Niña de los Peines a la que Rosario le dio un toque de malagueñas antes de que a su voz le robase el protagonismo la magia del teclado y el sintetizador de David Sancho, que fueron fundiéndose con la guitarra en un fade out de esta mientras los acordes electrónicos ascendían, en un efecto de sonido tan maravilloso como el efecto visual, porque a la vez que lo escuchábamos subía otro telón más atrás dejándonos ver una plataforma algo más elevada sobre la cota del escenario en la que estaban, vestidos de un rojo que hacía destacar el magnífico efecto de luces diseñado por Benito Voluble, en un extremo David, en el otro Pablo a la batería y entre ellos Juanfe, manejando su bajo y el octavador con el que era capaz de convertirlo en guitarra eléctrica cuando la ocasión lo requería. Del éxtasis a lo jondo, la petenera se convirtió en soleares de la Serneta que Rosario repartió a su manera, aunque sin salirse demasiado de la norma de Pastora, a pesar de los geniales -y tan diferentes del canon- arreglos musicales que tenía por debajo de su voz, que fluía tan tierna como intrincada era la música que la acompañaba. El Principio volvió de nuevo al Origen cuando la electricidad se disipó en las cuerdas de la guitarra de Dani de Morón, para que no se espantase del todo el duende de la soleá, hasta terminar con un redoble de platillos. Su voz subió otra vez y se mantuvo hasta fundirse con el teclado; todo se aceleró y las palmas de los acompañantes que tenía –Tremendo hijo, el Oruco y Miguel Fernández– para el cajón de Israel el Piraña, y el jaleo, pusieron nuevos aires fiesteros precediendo a la colombiana de Marchena que es la reivindicativa Oye mi voz.
Tremenda Valeriana es un cante por tangos, con aires de marianas y cadencias de zambra, extendida con palmas al compás y acordes agudos de teclado que Rosario remató paseándose por todo el escenario con su bajo. Una vez leí a alguien decir que si Nick Cave cantase flamenco sería algo similar a La Tremendita, y viendo y escuchando esto anoche estuve casi por darle la razón. Ella estaba tan contenta en ese momento y tan ecléctica en sus ritmos que incluso llegó a decir que el reguetón se inventó en Triana. Por bulerías sostenidas por su bajo y la batería, Rosario nos mostró que se emborrachaba con los cantes de Pastora y de Tomás, de Fernanda y El Chaqueta, y Al mal tiempo hubiese sido el final si no nos hubiese brindado tras ellas una coda, trayendo de nuevo a Riqueni al escenario para situarlo en el centro, flanqueado por dos de los otros maestros a cada lado, para que su guitarra, sobresaliendo de nuevo de entre las otras, de entre cualquier distracción del mundo indigna de nuestros sentidos en ese momento, le acompañase en unos versos de mi voz… que se apaguen las luces, que las bocas no hablen… mientras Benito, desde su consola de luces, iba apagando poco a poco todo el escenario, desde atrás hacia adelante; desapareciendo primero la banda eléctrica, luego la mesa de los palmeros, las sillas de más atrás y, por fin, cuando también desaparecieron los maestros de la guitarra flamenca y ella misma, todo quedó fundido a negro. Un final bellísimo.
