- Jesse Malin y su banda ofrecieron un gran concierto en la Sala X, convirtiéndola en un club de New York en animada noche de sábado, aunque en realidad fuese lunes
Anteanoche la Sala X se convirtió en un club de New York. ¿Qué más daba que fuese lunes? Jesse Malin estaba sobre el escenario con su banda y así nos lo decía: Estamos en un club de New York un sábado por la noche… y además es navidad… y además es vuestro cumpleaños… un club de New York que no tenía por qué ser el manido CBGB, bien podría ser el Bowery Electric, que además es suyo. Se le veía habituado a moverse en esta clase de antros: se bajó un par de veces del escenario para cantar entre la gente, se subió a la barra también en más de una ocasión para cantar desde allí, manejaba los tiempos como le daba la gana y se dirigía a nosotros contando cosas interesantes de verdad, mucho más allá de la simple ojana que se gastan los guiris que vienen por aquí; en realidad se curraba los speeches para hacerse acreedor al chupito de tequila que pedía casi siempre cuando los acababa… Jesse Malin estaba en su salsa y estaba muy contento. Acababan prácticamente, tras aterrizar en Madrid, de llegar a Sevilla, primera cita de su gira española, y no se le notaba cansado ni con una mijita de jet lag siquiera, al contrario, incluso se le veía perfectamente al día de lo que ocurría en la tierra mientras ellos estaban en el aire… me gustaría gastaros algunas bromas, nos dijo; pero temo que alguno se me acerque y me dé una hostia… que en realidad se la dio él solo, porque la primera vez que se subió a la barra no midió bien las distancias y por poco no se parte la chorla con uno de los focos.
Los músicos fueron apareciendo mientras sonaba la sintonía de Taxi Driver, asentando la atmósfera del New York de los 70. Jesse Malin apareció también muy ajustado al personaje; a mí me recordaba mucho a Elliott Murphy en su look y su forma de moverse, también en la de cantar, aunque aquí se dispersó mucho más… Lou Reed, Willie DeVille, Joey Ramone… pero siempre New York en la retina y en los oídos; we love New York. Jesse ya no es el punky de aquella banda de finales de los 70, Heart Attack, cuando apenas era un quinceañero cabreado; aunque ahora, muchísimos años después, su pegada es más fuerte todavía. Todo arrancó de forma arrogante y chula con The way we used to roll, manteniendo Derek Cruz una nota de guitarra al final, que se rompió con los primeros acordes de Backstabbers. Tras ella Jesse se colgó la guitarra acústica y nos dijo que estaban aquí para presentarnos su último disco, Sad and beautiful world, al que pertenecían esas dos canciones anteriores y la que iba a interpretar ahora, Before you go. No sacó de él muchas más, en total fueron media docena durante todo el concierto; las otras diez fueron canciones de esas que Jesse tiene en grandes cantidades en discos anteriores, llenas de actitud y corazón, que sonaron de una forma irresistible respaldadas por la gran banda que le acompañó, compuesta por el mencionado Derek; el bajista, James Cruz, seguramente hermano del guitarrista, con el que comparte apellido; Randy Schrager a la batería y Rob Clores en los teclados.
Cuando se salieron del disco nuevo subieron un escalón más en la potencia y el ruido; si hasta ahora vestían los ropajes de Ryan Adams, Steve Earle, con Turn up the mains se convirtieron en los MC5. Demasiado arriba para mantenerse así mucho rato, así que con State of the art cambiaron el paso ya desde la introducción que hizo Rob con su teclado, de mucho regusto a New Jersey, para una canción que bien pudiese haber estado en el mítico disco de Bruce Springsteen al lado de Backstreets.
Se mantuvo Jesse en esta faceta más introspectiva con Room 13, la canción que más se apartó del sonido neoyorkino para dar una sensación muy de Costa Oeste, seguramente porque es una de las que escribió con Lucinda Williams en la mesa de su cocina. Aún así fue de las que más me gustó; una canción que nos transmite la sensación de esos breves momentos robados, cuando todo está apagado y estás fuera de tu zona de confort, cuando tienes tiempo para sentir y pensar en las cosas y las personas que realmente importan en la vida. Jesse supo darle un contexto real a lo que estaba cantando, dejando al descubierto su alma en el camino. Fue entonces cuando nos habló de Rusia y Ucrania, lamentándose de que todavía existiesen las guerras; su discurso se fue intensificando y tras un grito de ¡no waaars!, se lanzaron a una gran versión del clásico de los Pogues, If I should fall from Grace with God.
She don’t love me now nos hizo bailar; su ritmillo recordaba más que vagamente al ska, con la guitarra en primer plano, seguramente porque quien la manejaba, Derek Cruz, fue quien le puso la música a estas letras de Jesse sobre como solo tienes a tus amigos y a la música cuando todo lo demás no funciona bien. Después quien se lució fue el otro Cruz, el bajista, con su solo en Death star cuando Jesse lo presentó. Y el tío se puso triste de nuevo… la guitarra acústica no le iba como quería, y mientras la afinaba un poco nos estuvo contando como al llegar su avión al aeropuerto de Madrid vio que le habían robado el equipaje, y encima se puso a cantar la pieza de su repertorio que peores recuerdos le trae, una canción muy reflexiva inspirada en su asistencia al concierto final de Tom Petty, que acababa de presentarle Lucinda, y que falleció solo unos días después. Su charla posterior también fue de esas que te quieren conmover… todos los seres humanos tenemos la misma sangre, a todos nos late el corazón al mismo ritmo… esas cosas. Y para sacudirse las penas volvió al disco que presentaban con Dance with the system, la canción que más huele a Rolling Stones de todas las que tiene, y se bajó del escenario para bailar de forma apropiada entre nosotros.
Una vez arriba de nuevo llegó Wendy, una canción de hace muchos años sobre vivir con alguien que simplemente no está en la misma onda que tú, esa Wendy que le abandonó, de la que nos dijo que le gustaban los Kinks de los 60, Jack Kerouak, Tom Waits… metió en la letra todo lo que a ella le gustaba, pero no funcionó… después Meet me at the end of the world, impulsada por una fuerte línea de bajo; una canción sobre vivir la vida como si fuera tu último día en el planeta. Y para terminar el set otra versión, esta vez de los Clash, Rudie can’t fail. Cuando salieron para los bises Randy se sentó a la batería y comenzó a darle palos a sus cajas a un ritmo que todos identificamos enseguida… hey ho rock’n’roll radio, let´s go… y todos a corear tan fuerte como su garganta le dejaba el Do you remember Rock ‘n’ Roll Radio? de los Ramones. El final definitivo lo puso Jesse con la canción que abre el último disco, Greener pastures, de forma más cruda y suave.
Jesse Malin demostró esta noche que sus conciertos son una celebración de la supervivencia frente a la adversidad; todos salimos de la Sala X con una sensación optimista y positiva, de las que ayudan a superar toda la basura que está pasando en el mundo en este momento, ese triste y maravilloso mundo que da título a su disco post pandémico. Jesse siempre parece aprovechar la esencia misma y el espíritu del rock and roll para llegar a lo más profundo de nuestra alma. Y esta noche, desde luego, lo consiguió.
