Amante Laffón + Turmalina + Sarajevo ’84. Sala X. 1 de abril de 2023
Anoche comenzaron en la Sala X su pequeña gira las tres bandas andaluzas que darán luego dos conciertos más en Jerez, el día 15, y Granada, el 27 de mayo. Tres bandas de altura similar, si no en el tiempo de presencia que llevan ya en los escenarios, sí en la actitud y en la calidad de la música que interpretan. Ninguna de ellas puede considerarse cabeza de cartel y supongo que cuando toquen en sus provincias respectivas será la banda local la que cierre la noche. El orden de actuación aquí fue Sarajevo ’84, Turmalina y Amante Laffón. Una banda de Granada, otra de Cádiz, con muchos lazos sevillanos y la tercera de Sevilla. A la primera nunca la había visto antes, a la segunda la he visto muchas veces y a la tercera era también la primera vez que la veía en esta encarnación actual; en la anterior, como Depitillos, sí llegué a verlos en varios conciertos. Lo que se dice un sabroso surtidito.
Y el resultado del experimento fue un éxito absoluto. Me parecía increíble como después de que en su interpretación de K-Pop los Sarajevo ’84, que ya iban a una marcha de AVE, la forzasen todavía más tirando con el bombo a negras para hacerla frenética, los que venían después lo fuesen a tener fácil para llegar a esa altura. Pero es que salieron Turmalina y Ángeles se arremangó el vestido e hizo la mejor interpretación de Plaza de las Canastas que les he visto hasta ahora y cuando se puso al teclado en Buridán le sacaba notas que hacían temblar el suelo más que en cualquier sesión de drum & bass de las que hacen de madrugada en la sala. Pero es que después salieron Amante Laffón y convirtieron Bodas y palomas en una montaña rusa superlativa de cabalgadas hacia arriba y vueltas hacia abajo silbando como quien no quiere la cosa y terminaron el concierto, acortándolo un poco sobre lo previsto, con un Control que sirvió precisamente para lo contrario, que en la mitad más cercana al escenario de la sala, bien nutrida de espectadores, se montase un pogo en el que sobrevino el descontrol.
Se está convirtiendo en un problema esto del tiempo cercano a la medianoche en que nos desalojan de la sala para preparar la sesión de club sin darnos tiempo siquiera a secarnos el sudor ni a tomarnos la última mientras asentamos la adrenalina, porque cierran la barra. Echamos de menos el tiempo en que después de un concierto degustábamos con calma lo disfrutado y comentábamos la jugada con una copa, mientras que, sin apenas darnos cuenta, la sala iba renovando su público, se llenaba de juventud y era la música que salía de la consola de The Mamas & The Rachas la nos invitaba a buscar nuevo destino en vez del personal de la sala.
A pesar de que anoche el tiempo no dio para que Amante Laffón pudiese brindarnos el repertorio completo que tenían preparado, no hubo largos parones entre los conciertos de una y otra banda ni la primera de ellas comenzó con retraso, sino más bien con adelanto, porque cuando entré en la sala, un par de minutos después de las nueve y media, Sarajevo ’84 estaban ya sobre el escenario tocando Not gonna miss you y al preguntar me dijeron que esta era su tercera canción. Me recibieron con un pop contundente que me recordaba al de los primeros años 80, como si Human League hubiesen cambiado los sintes por Fenders. Al frente Andrés Martínez, cantando y tocando una segunda guitarra; la principal la manejaba Óscar Nienor, a su derecha, mientras a su izquierda Luz Bajo y el instrumento que se llama como ella eran una presencia sólida y eficaz. Detrás de ellos, Miguel García hacía de su batería uno de los instrumentos más relevantes del sonido del grupo.
She shakes fue una constante sacudida de golpes al oído y al estómago; una canción tan tensa como compleja, a pesar de su ferocidad, que desembocó posteriormente en la sorpresa de traerse a su terreno el Pump Up the Jam de Technotronic, originalmente una pieza de hip-house, que Sarajevo ’84 orienta más hacia la segunda palabra del término, pero manteniéndola igual de infecciosa. Prácticamente estrenaron después Are you lonely?, una canción que todavía no ha aparecido grabada y que Andrés dijo que era la segunda vez que la tocaban. Con ella alcanzaron un nivel de energía tal que marcaron un punto del espectáculo en el que ya no había marcha atrás; desde ahí hasta el final las explosiones de vitalidad fueron sucesivas. En Stay Oscar serpenteaba sobre su guitarra para evitar ser blanco de los disparos de los platillos de Miguel, en K-Pop ya os he contado lo que pasó y en You wanna, la última canción, se cumplía perfectamente una de las líneas que cantaban: quieres apartar tus ojos de mí, pero no puedes. En realidad, tampoco es que quisiera, os lo puedo asegurar. Creo que lo primero que hice cuando terminaron fue dirigirme a Chiqui, que la tenía a mi lado, para decirle: ya estás tardando en traerte a esta gente a tu programa de Al Sur Conciertos, y después me prometí que lo primero que haría esta mañana sería entrar en el grupo de whatssap que comparto con los demás miembros del jurado del SubeRock para cagarme en la madre que los parió por haberlos dejado fuera en las primeras cribas del concurso de bandas.
Turmalina volvieron a convertir en especial todo el tiempo que pasa uno viéndolos sobre el escenario. Cuando hablé un momento con Ángeles después del concierto no me creí en absoluto lo que me dijo sobre que solamente se había metido ibuprofeno para pasar del estado febril en el que se encontraba el día anterior al de indómita bestia cuyo punto y mira fue llevar el magnetismo de la música más allá de los límites al que los llevó la progresión coordinada de su ritmo. A mí me tiene, con una herida perenne, el corazón traspasado.
Ella siempre había cantado El golpe que nos quede para sus adentros, pero ayer, como en uno de los versos que cantaba, el golpe es más fuerte que toda tempestad, la exuberancia de su manera de cantar golpeó más fuerte que la tempestad que crearon Pablo Donato con su guitarra, Fran Garrido con su bajo y, sobre todo, Adri Ramírez con sus parches y platillos. Y no es que fuese algo fácil de conseguir, porque estos tres tipos agigantan el sonido, enfatizan el ritmo y generan una expresividad pareja a la de la propia Ángeles, tan hermosa luego que paró el tiempo en su interpretación de las bulerías de Chano Lobato a la Plaza de las Canastas que, si alguna vez describí como oníricas, esta noche, siendo también así, fueron aún más allá. Un rayo argentado de luna, una fantasía barroca: ojalá todas las noches soñando el mismo sueño y no olvidarnos de él ni aunque el río Leteo, protagonista de la otra canción, nos inyectase con sus aguas el veneno que nos priva de la memoria. Leteo y Ser mejor, unidas por el puente que supuso el grandísimo riff de Pablo, fueron una pareja de ases y Los años dormidos y Turistas, la demostración palpable de que la banda ha dejado atrás la madurez alcanzada con el disco Club Social para ganar el favor de un estado de gracia, al que aluden en esta última.
Con Santos volvieron la vista atrás, al disco de Vértigo o victoria de hace ya seis años, para concentrar los sentimientos en un momento vestido de calma y desnudado de ella con el mejor solo de guitarra de la noche aunque la sección rítmica se empeñase en que lo escuchásemos a empellones. Luego nos regalaron un estreno total, el de A sagrado, que nunca antes habían tocado y Ángeles nos dijo que les ha servido para normalizar la ansiedad a la que son tan propensos en la banda. Mírame a la cara, mírame sin miedo, son las frases finales de una canción que invitaba a que el rock implícito, a medio camino entre la luz y las sombras, de su repertorio, se hiciese totalmente explícito antes de irse con Buridán y Didyme, la última canción que ha publicado Turmalina, para la que Ángeles nos apremió pidiéndonos sudor, que ella ya se exprime para mantener en nosotros el estado que desembocó en el estallido de alegría del final.
Quedaba por salir Amante Laffón. Tal como estaba la noche era tiempo de killers. Y ellos lo fueron. Mientras sonaba la intro de Latin Simone, el extraño bolero que Ibrahim Ferrer cantaba en el primer disco de Gorillaz, iba subiendo la densidad de público en la sala y los tres o cuatro metros de separación entre el escenario y la primera fila de espectadores, mantenidos en los conciertos anteriores, se reducía a centímetros. Amante Laffón jugaba en casa y la situación se hizo notar; había comenzado su Tiempo de juego y con esa canción empezaron a mostrar su coherente fuerza, enlazándola con Casablanca. Hermanos y primos que comparten apellido, Carlos, Kiko y Daniel Calderón se repartían la voz, el bajo y la batería respectivamente, dejándole la guitarra solista al Tamaja, los cuatro trascienden la marca de rock tradicional con cantos inmensos y a veces excéntricos, más cercanos al post punk. Un evidente signo de ello fue Bodas y palomas, y con Neverita y Nuevos fracasos desplegaron todo su esplendor discordante y caótico. Después de esa cadena ’92 resultó una canción más recogida, en la que las aristas que punzaban eran las de la guitarra del Tamaja, que cortaban y se entrelazaban de manera espectacular, como una máquina, hasta transformarse en un solo desgarrador. Siguieron la línea con Reset y ya la mística se hizo del todo poderosa con Sigue, calla, traga, gana. La sensación de que cuatro personas se convierten en algo más grande cuando se unen nos invadió a todos y nos dejamos embriagar por la música con la que el grupo desencadenó, terminando con Tiempo y Control, un big bang de rock.
