Hay dos palabras que decir en favor de Sarria: compromiso y entrega. Nacho Sarria ha mantenido la fe en el rock and roll, se ha comprometido con él y se ha entregado a la idea romántica de que la hermosa música que ha creado tenía que servir para marcar la diferencia, para romper una lanza por su libertad personal y para contar su visión sobre su vida y lo que pasa en ella. Para Nacho el rock and roll es una fuerza redentora y curativa, la última línea de defensa contra los tormentos y la mierda de la vida diaria.
Esa creencia le ha sostenido en los peores momentos. Durante los años 2018, 19, parte del 20, la suerte le dio bastantes martillazos a su mundo y su música se convirtió en una reflexión de su dolor personal y su confusión. Pero Nacho se inspiró más en el ejemplo que en la retórica, se empeñó en mantenerse, de la mejor forma que sabe, y después de un tiempo sin un rumbo fijo ha sido capaz de materializar la mayor resurrección desde que Lázaro se fue a su casa tras su propio funeral. En este disco, que se llama como él mismo, Sarria, ha escarbado profundamente en sus meses de aflicción y ha emergido con una especie de exorcismo sónico que ha soplado el mal olor del aire de los tiempos anteriores y ha aclarado el camino por el que se tiene que mover a partir de ahora, en el que se aprecia una luz muy brillante no demasiado lejos.
El disco no solo es autobiográfico en lo que respecta a las letras de las canciones que Nacho canta en él, sino que también es una autobiografía aural que abarca desde los tiempos en que comenzó a alucinar con la música, a noches pasadas en que el rock le robaba horas al sueño, hasta su aprendizaje como pipa y músico en la carretera y en estudios de grabación. A lo largo de esos años Nacho ha ido construyendo un aura sonora que ahora se refleja en su disco, marcando el tono ya desde el principio Gitana, sobre un amor no correspondido que Nacho sublima en esta canción, en forma de deseo, de pureza, a través de unos sonidos que están en algún recodo del camino que lleva de los Doors a Pink Floyd, acercándose mucho más a estos en la siguiente canción, El camino, en la que Nacho comienza a reconocer a sus fantasmas y se anima a no rendirse a ellos. En A todo color tenemos la sensación de que Nacho está superando la desesperación y transforma la ansiedad que la inspira en una euforia que vemos a través del sonido alegre y los silbidos similares a los de aquella canción del grupo sueco que escuchábamos en el 2006 hasta en la sopa y luego ya nunca más se supo de ellos.
Estas tres canciones por sí solas servirían como introducción, nudo y desenlace de la novela vital de Sarria, pero esta se desarrolla mucho mejor durante el resto del disco. L’Occidental es el reverso de El camino, porque partiendo de unas premisas musicales, e incluso líricas, idénticas, esta canción hacia donde da el giro es hacia los Doors. En Arriba en la montaña empieza la parte más acústica del disco, comienzan a surgir las reminiscencias zeppelinianas, de su palo más folky, que después se desbordarán en Esperando al sol, cuando Nacho se nos muestre definitivamente alejándose de la desesperanza, saliendo de las sombras para buscar la claridad; si Page y Plant buscaron el sol yendo a California, Nacho lo buscó en Málaga, donde estaba su hogar, su familia y sus amigos.
En medio de esas dos canciones está Euforia, como perfecto puente entre ellas, porque ahí es donde nos dice que se va a desprender de todo su lastre para alcanzar el estado de euforia. Y no sé si Nacho lo ha buscado conscientemente, pero no creo que sea una casualidad que el ritmo que va marcando toda esta canción recuerde tanto a aquel otro ritmo que marcaba aquella en la que los Beatles nos decían que todo estaba yendo mejor. El disco se cierra con Fundido en negro, en la que Nacho le canta a la noche, que despierta y despliega su belleza con esplendor, el marco perfecto para el fundido a negro que para él significó el comienzo del fin de un momento complicado de su vida; decidido a librarse de la angustia, de sí mismo, se marcha a un lugar mejor, huye, se funde a negro, para reaparecer en la escena siguiente, que ya pertenece a un disco futuro, bañado por el sol que ya sabemos por la canción anterior que anda buscando. Y tampoco es casualidad que los acordes con los que comienza sean como aquellos que usó George Harrison para decirnos que ahí llegaba ese sol.
La voz de Nacho es el vehículo perfecto para la suavidad y sensibilidad de estas canciones, que está respaldada por unos músicos que no serán los mismos que le acompañan en el camino iluminado por el sol que ya ha emprendido. Aquí están Paco Lamato en las guitarras que no toca el propio Nacho, Ricky Candela en el bajo, Fernando Reina en la batería y Fran Rosado y José Vaquerizo repartiéndose las partes de teclado. Ellos son la piel de serpiente que se quedó en la oscuridad, de la que no se puede renegar porque proporcionó el calor necesario cuando Nacho pasaba frío; pero ahora tiene otra piel, más liviana, que tiene que encallecerse todavía, formada por Alejandro Hidalgo, Alfón López, Maxi Florez y Eduardo Díaz-Miguel, ocupando respectivamente el espacio de los anteriores. Y tan lejos como vaya con ellos, los gritos de libertad no morirán.
Definitivamente, Sarria es un disco muy bueno. Y no lo digo por el sentimentalismo que nos pueda producir la empatía hacia Nacho, sino precisamente por su hábil manejo de esa cualidad. Es atmosférico, emocionante y atemporal. Es el sonido de la belleza abriéndose paso maravillosamente.
Fotos y portada: Sole Hafner, Sol Norte y Lucía Bustillo