Que el grindcore no es un estilo para las masas es una perogrullada. Que ScumWorm parecen haberse propuesto moler a palos a su reducido grupúsculo de seguidores hasta la aniquilación también parece innegable. Porque esa es la sensación que te deja el intento de asimilación -emplear el sustantivo escucha resulta imposible dada la brutalidad de que hacen gala- de este Enterrado por gusanos. Que viene a ser una experiencia tan arriesgada e insufrible como quedar expuesto a una tormenta de arena descomunal en mitad del desierto, sin brújula ni referencia a la que acudir tras el vapuleo.
Como en un reto extremo por tratar de clavar la canción en (no mucho más de) sesenta segundos, el quinteto sevillano se las avía para despachar 17 temas en apenas 23 minutos, batiendo en celeridad y empatando en bestialidad con sus compadres Lead Coffin. Desde el arranque que supone Diecisiete fuegos, Humanicidio y Aplastado por la rueda, la descarga sónica que apañan las guitarras de Miguel López y Adri Sin Fe y el bajo de Helios Ferrer, unida a la alternancia de gruñidos de Pedro Román y del baterista Juan Ferrando, te sume en un torbellino del que es imposible escapar. El ritmo pesado, más en la onda del death, asoma en Sustitución de un sacrocentral; y el crust se hace palpable en cortes como Choque doctrinal, pero de una manera u otra el rodillo avanza inexorablemente, sin piedad.
Las letras reivindicativas y sociales (en Nuevas ideologías o Fragmentación) y otras más claramente políticas (España es un cementerio) van dando paso a otras más escabrosas donde estos angelitos dan testimonio de su poco aprecio por lo que les rodea (títulos como Estiércol o Inmundicia no dejan lugar a dudas). Poco importa dado que resulta una odisea entender la logorrea que vomitan estos gusanos escoria, por más que la pátina que les ha impregnado a las canciones Pablo Blanco en Aromestudio haga que el sonido haya mejorado con respecto a trabajos precedentes.
Ante semejante avalancha de vitriólico y agresivo grind, casi se agradece la presencia de interludios y ruidos, inquietantes aunque menos nocivos, a cargo de Miguel Palou (Doce Fiegos). Un detalle que permite al oyente salir del resuello y la congoja en que te abandona este primer largo-no tan largo disco de la banda más cazurra a ambos lados del Guadalquivir. Ruda y cruda como una hostia a mano abierta e inesperada.