Sofar Sounds Sevilla (Cristian de Moret + Katrina + Batracio). Rompemoldes. 9 de junio de 2019
Ayer se celebró otra edición, la última ya hasta después del verano, del Sofar Sounds Sevilla, que si todavía no sabes qué es puedes enterarte leyendo este artículo que te enlazo aquí. Y no dejan de sorprenderme tanto los artistas y músicas que descubro a veces en sus conciertos como los lugares en los que estos se desarrollan. El mes pasado celebraba la oportunidad de haber podido conocer el patio de vecinos del Corral de Esquivel y su historia, y el lugar de ayer se basa en unas premisas similares a las de este: vecinos que comparten un patio común, pero que aparte de sus domicilios habituales también tienen alrededor de él sus negocios y trabajos.
No imaginaba que en Sevilla había un lugar como Rompemoldes, al que se accede por una galería que hay tras una puerta de la calle San Luis, la que está bajo el número 70, en el que conviven artesanos de la lana, el vidrio, la alfarería, escultores, restauradores de libros y de obras de arte, ceramistas, luthiers, creadores de moda… que se retroalimentan de forma muy positiva en sus vidas familiares y laborales haciendo que las dos adquieran una riqueza envidiable. Algunos tienen allí mismo su propia tienda, otros trabajan por encargo en su casa, y todos están de acuerdo en que un lugar como éste tiene que usarse también para expandir la cultura de la ciudad, y eso es lo que dio lugar a que ayer pudiésemos disfrutar allí de los conciertos de Cristian de Moret, Katrina y Batracio.
Lo de Cristian de Moret fue todo un descubrimiento por mi parte. Y un descubrimiento tardío porque aunque él sea un joven que apenas empieza a entrar en la treintena, es todo un artista con mayúsculas que tiene detrás una amplia trayectoria trabajando al lado de gente como Pastora Galván, Carmen Linares, Rosario la Tremendita o Jorge Pardo, de quien es el pianista habitual. Como músico de sesión domina también la batería, la guitarra con la que ayer se acompañó, pero posee además una voz tan hermosa como el parque de su ciudad natal de Huelva con el que comparte apellido, y con apenas un mes de ensayos con los músicos que le acompañaban ayer y actuaciones muy localizadas y sin anunciar, logró transmitirnos con ella la verdad, sin etiquetas ni prejuicios, del cante con raíces.
El flamenco y el jazz, el pellizco y la improvisación unidos de una forma tan compacta y natural que nadie pensaría que la música de dos culturas tan alejadas pudiesen tener unas similitudes tan profundas cuando las interpretan músicos como los que ayer acompañaban a Cristian. Al verlos reconocí enseguida a Gautama del Campo; ¿quién que haya vivido de forma cercana la música sevillana durante alguno de los últimos treinta años no conoce a Gautama…? Su expresivo saxo es pura emoción y sensibilidad sea lo que sea lo que interprete, los aires de soul que le escuchábamos en sus tiempos en Ragtime, o el ritmo de cumbia con el que ayer acompañó la milonga, todavía sin nombre siquiera, con que Cristian terminó su recital, jondo, que nos dejó con ganas de mucho más. No conocía al bajista ni al batería: Pablo Prada y Alexis Vallejo respectivamente, bormujero y choquero, me parece, que tejieron una base rítmica suave y perfecta para las Alas que Cristian extendió sobre nosotros en la segunda joya que nos regaló y para el sorprendente y sensual Romance de la cautiva con el que comenzó a cautivarnos también él mismo desde el principio.
Entre los cuatro crearon un universo mágico, de cadencias que no nos son muy familiares a los rockeros pero con una lírica que se iba desarrollando tanto en los silencios como en las entradas instrumentales dando lugar a un sonido cercano al jazz fusión, pero indefinible en realidad, cercano también a las bandas de rock andaluz de los 80, cercano a unas soleares flamencas, pero heterodoxas; un sonido cristalino, nítido, como la propia voz de Cristian, del que nos hacían partícipes los cuatro solos, pero ninguno solo… dando sentido a la composición básica de Cristian, pero con cada una de las partes infinitesimales de su desarrollo, estudiado o improvisado, que de los dos había mucho, convertida en una nueva fuente de sugerencias musicales. Nos sacudieron, nos elevaron, nos sumergieron en unos acordes que poseían el encanto y la fuerza en su propia contención. Y Cristian de Moret se iba agigantando a medida que se iba viendo impulsado por ella.
Reencontrarse con Katrina siempre es un placer. Desde que hace ya demasiado tiempo como para recordarlo les vi como dúo en la torre de Radiópolis, pasando por su concierto de la Sala X hace aproximadamente un año y medio, hasta ayer mismo, ahora reconvertidos en trío con Queco, Rojo y Junior, son poquísimas las ocasiones en que podemos disfrutar de sus sustanciosas canciones, plenas de fuerza y melodía. Comenzaron con Record Guinness, que en este formato acústico de dos guitarras y una percusión suave de apenas tom y charles sigue manteniendo la seductora pasión de ese estribillo que te arrastra a la California dorada de David Crosby, de Neil Young. Autovía, Sola en casa, más reminiscencias del folk rock tocadas con la belleza verdaderamente maravillosa de la música acústica unida a las historias personales. Subieron la intensidad al final del corto set con Desde el aire, una de esas canciones capaces de hacer que deslicemos nuestra adrenalina por un tobogán de emociones y que tengamos que colocar rápidamente una red, para que precisamente esas emociones no se nos escapen en forma de lágrimas y sensaciones indescriptibles; qué maravilloso estribillo y final instrumental… a ver si esto es un punto de partida para retomar una carrera por fin ya con continuidad para que Katrina tengan un alquiler indefinido en los corazones de todos los que respetan, defienden y entienden la música, su música.
Batracio se presentaron, como les pasó a Canastéreo el mes pasado, con una formación reducida de nueve a los seis miembros que la estructura del Sofar Sounds requiere muchas veces; aunque en realidad tuvimos a siete de ellos porque Javi, su trompetista habitual, tomó el micrófono para añadir la coda flamenca a la gran invocación que la banda hace en Aguas caed, agua necesaria para barrer los males que asolan esta tierra nuestra, que sería mucho más fértil de nuevo si esta agua que cayese ahogara a los privilegiados sin rabia que menciona su letra.
Antes de eso, con una formación en la que había dos guitarras, un trombón de varas y tres vocalistas, reinventaron el ska de No vuelvas girándolo hacia un swing de marcado contraste con la aceleración rockera que le imprimen en su versión grabada. Fue esta la única de las cuatro canciones que recobraron de las antiguas, porque después Ceguera y El gato Sam pertenecen a Y así con tó, el disco que han editado este mismo año, lleno de sentimiento andaluz lanzado a través de mezclas de estilos, ritmos y melodías que en realidad lo único que tienen en común es el patrón bailable que las define. Enérgicos y dinámicos a pesar del recorte de personal e instrumental, pero casi desencajándose en cada canción en su afán por transmitirnos la química de una banda metida en su universo, callejero, loco a ratos. Desde Kingston a New Orleans sin movernos de este maravilloso rincón de la calle San Luis; un viaje que tenemos que agradecer a Batracio.
¿Y ahora cómo vamos a resistir tres meses sin un nuevo Sofar Sound…? No me cabe duda de que buscarán moldes nuevos que romper. Y yo estaré allí.