Todo el mundo sabe mucho aquí, todo el mundo es superior a ti… son las primeras frases del disco de Sebastián Orellana, con las que yo quiero permitirme discrepar si en algún momento van referidas a él, porque a pocos músicos conozco que sean superiores a este chileno afincado en nuestra ciudad desde hace unos años en creatividad y en capacidad para desarrollarla; lo ha hecho a través de La Big Rabia, de Mono Rabioso, de Radio Huachaca, y ahora también iniciando una carrera en solitario, que tenía que haber comenzado con el disco Dios Perro, pero que las adversas circunstancias actuales han hecho que el plan original mute en la edición de este otro Demonomancia, del que el propio Sebastián nos habla: «Este disco lo quise recopilar con el fin de regalárselo a la gente que me sigue para ayudarles a hacer más amena su cuarentena; además que la entrega de Dios Perro se ha aplazado entre otras cosas por la pandemia que está aconteciendo y de una u otra manera sentía la necesidad de hacerlo, era el momento, Demonomancia son las aceitunas y el vermut previo al plato principal que se llama Dios Perro, el puntapié inicial a mi carrera como solista».
Demonomancia es un disco de ocho canciones (o como Sebastián indica, siete canciones y un bonus) grabadas en pleno confinamiento con su teléfono móvil de una forma a la que el calificativo de artesanal se le queda muy corto. «Lo he grabado todo con el programa Garage Band del móvil. Registraba las tomas con el micrófono de unos auriculares manos libres, tratando de no moverme porque se escuchaba cualquier golpe en el cable». Y aun así el sonido tiene una facultad grandiosa para envolverte. Era, pues, obligado preguntarle a Sebastián cómo había grabado las canciones para dotarlas de esta capacidad. «He tocado todo lo que suena en las canciones, las bases con la parte de detrás de una guitarra acústica encerrado en el baño para que agarre reverb natural y en otros casos con una batería que trae el programa; las guitarras acústicas y eléctricas están grabadas con el micrófono que te contaba, el de los auriculares manos libres. La verdad es que me gustó mucho cómo sonaba, la guitarra eléctrica sobre todo, lo-fi pero contemporáneo. Todo fue así menos en la última canción, que la grabó Darío García en su casa; esta canción fue realizada para una escena de la última película de Paco Baños, titulada 522: Un gato, un chino y mi padre, que hicimos con Pilar Angulo».
Este Darío García del que habla Sebastián es un conocido hombre para todo del mundo de los audiovisuales en la televisión y el cine (La peste, Rota n’Roll, Paco de Lucía: la búsqueda, Yo, mi mujer y mi mujer muerta…) y Pilar Angulo es la teclista y cantante de All La Glory y su voz suena también en esta Canción para las ánimas que cierra tanto la película mencionada como el disco del que nos estamos ocupando, este Demonomancia en cuya realización están envueltos otros dos nombres más de los que también nos habla Sebastián: «Este álbum lo mezclé con los mismos auriculares que registré todo y lo masterizó uno de los colaboradores, productores, arreglista e ingeniero de Dios Perro, que es Marcelo Wilson y el arte lo realizó el gran Ezequiel Barranco».
Esa última Canción para las ánimas es el bonus track del disco, la única que se aparta de la forma en que se han ido desarrollando las otras siete que lo componen, que no han compartido génesis aunque sí destino final. «Las canciones que contiene Demonomancia las grabé en su mayoría en mis días de cuarentena pero cuando no había virus ni nada. Siempre hago música; la hago sin pensar en un proyecto en concreto, simplemente porque me sale así, creo que por eso es tan variado el disco, porque odio encasillarme y que me encasillen; me gusta que haya cumbia, que haya new wave, que exista un bolero chá en japonés; en fin, creo que etiquetarte puede ser bueno para los que te venden, pero pienso que lo que siento como músico y compositor no tiene nada que ver con esos manejes. Otras dos de las que salen en el disco, Entierro del malo y Palomita blanca, son los demos que hice para Dios Perro, álbum que será la próxima entrega que sacaré junto a la Sociedad Fonográfica Subterránea en un futuro cercano».
La Sociedad Fonográfica Subterránea es un sello granadino por el que Sebastián Orellana firmó a principios de abril y, como él mismo nos ha contado, será con el que vea la luz ese esperadísimo disco Dios Perro, que Sebastián grabó hace justamente un año en el Berklee College of Music de Valencia, con la producción de Martín Benavides, un prestigioso multinstrumentista chileno que además, durante el tiempo en que anduvo por España, se convirtió en el tercer miembro de La Big Rabia y tuvimos ocasión de verle junto a Sebastián e Iván Molina en algún que otro concierto de la banda.
Pero todo eso será futuro, el presente se centra en Demonomancia y sus canciones, la primera de las cuales es Un mal sin cura, precisamente la aproximación a la new wave de la que Sebastián nos hablaba antes, que ha dedicado a Sebastián Piñera, presidente de Chile, al que nuestro Sebastián considera uno de los personajes más nefastos y que más daño ha hecho a su país en los últimos años. Le sigue Los calambres, una de las tres cumbias originales que aparecen en el disco, junto a Fuengirola City y Chipirón, componiendo una trilogía en la que la voz desaparece dejándole todo el protagonismo a la guitarra, en unos irresistibles ritmos de medio tiempo que acentúan esa categoría mutante de las cumbias que se hacen y rehacen permanentemente a través de interpretaciones tan singulares como estas, sobre todo de la de Chipirón, para la que Sebastián ha grabado también un videoclip con su teléfono móvil . ¿A dónde se van los muertos? tiene un ritmo híbrido en el que destacan los compases de vals que cambian el tono de la instrumentación, cargando de sutileza a una pieza que por otros momentos parece avanzar trotando; una canción que es un indicativo de lo buenas que deben ser las canciones que componen el Dios Perro, para que esta se quedase fuera del disco. De las que sí están en él tenemos aquí los armazones de dos de ellas: Entierro del malo y Palomita blanca, que sin duda alguna brillarán mucho más cuando escuchemos su pureza revestida de formas musicales que no sean solamente las del recurso del que el intérprete se ha podido valer con los escasos medios disponibles en su actual entorno, con los que así y todo, las presenta aquí largas de intensidad, en sus notas y frases agridulces y melancólicas, con la misma marca que los tiempos que corren.