Siberia. Cosmo’s Factory Club. 29 de abril de 2023
Fue la tarde de ayer, terminada ya en noche, un tiempo de encuentros. Siberia daba un concierto en el Cosmo’s Factory Club, dentro de una larga gira por municipios andaluces que han llamado 1986-2023, aludiendo al año de creación de la banda en Huelva y al actual, en el que todavía siguen predicando la doctrina sagrada del hard-rock sobre nosotros, aunque durante todos estos años el único componente que ha sido factor común en todas las formaciones es Fidel Suárez, el guitarrista principal. Coronaban así una cadena de tres conciertos en apenas 24 horas que habían comenzado la tarde anterior en el Matadero Rock de su ciudad, en la que habían vuelto a estar en directo a mediodía de hoy participando en la final del concurso municipal Ven al Parque, donde quedaron subcampeones, tan solo por detrás de Muroï, según las noticias que recibieron durante el descanso de los dos pases que estaban dando aquí.
Decía que fue un tiempo de encuentros porque entre las canciones propias de todas las épocas de Siberia y las versiones que interpretaron, hubo momentos -según dijo Héctor Núñez, el cantante- para celebrar, recordar y unir no solo ciudades, sino también generaciones, algo que en ellos se cumple rigurosamente porque entre sus dos guitarristas, el ya citado Fidel y la joven Belén Fernández, hay cuatro décadas de diferencia de edad. Había que ilustrar este compromiso entre pasado y presente con una de esas canciones que no necesitan presentación alguna, basta tan solo con comenzar a escuchar el riff que la inicia, que los dedos de Belén extrajeron de las cuerdas que manejaba, para que a todos se nos iluminase la cara con una enorme sonrisa y unas ganas locas de removernos en nuestros sitios acompañando a Héctor con los alaridos de Smoke on the water.
De Belén fue también el primer solo de guitarra que escuché al entrar en la sala, justo cuando comenzaban La senda del destino, la tercera de las canciones del repertorio de esta tarde. Me perdí Love Will Set U Free, la canción de Whitesnake con la que comenzaron a caldear el ambiente y ¿Por qué no?, por culpa de mi conversación de unas horas antes con Pedro: -Heyyy, no empezará lo de hoy antes de las ocho, ¿no? -No, tranquilo; que esperaremos a que caiga la tarde y el calor… los cojones, tranquilito; a las ocho y diez ya iban por la tercera canción. Ondas de energía y emoción fluían a través de la gente que asistía al concierto; los riffs de Belén, que se unían a los de la guitarra de Fidel, que él mismo compuso para esta canción y los ritmos de la batería de Willy Barroso y las líneas de bajo de Dani Caro, me llenaron enseguida de una hermosa nostalgia. Héctor golpeaba el aire con el puño, los alzaba con los dedos abiertos para formar los cuernos, nos invitaba a gritar… ¿¡hay alguien ahiiií, Cosmooooos…!? Continuaron abriéndose camino hacia el frente con otra reverencia propia al rock clásico, Nacido para ganar, y una ajena, Stormbringer, una muestra, según Héctor, de que la raíz púrpura sigue vigente. Es una señal de los tiempos que las bandas con las que creciste en tus años de formación continúen aferradas a lo que eres ahora, por eso conectamos tan bien con Siberia cuando saltaban de alguna de sus canciones a las de Deep Purple, AC/DC, Europe incluso, con las que la mayoría de los asistentes comenzaron su viaje musical por el rock. Por eso a algunos de nosotros se nos quedó un rictus extraño cuando para bajar un poco las revoluciones eligieron Es por ti, la canción de Cómplices; aunque con un tratamiento metalero que no le vino mal. Héctor la introdujo diciéndonos que hay canciones que van más allá de cualquier género, que son bellas canciones, preciosas melodías; y en realidad hay que reconocer que esta es así y que sus letras son lo suficientemente pegadizas como para que tú mismo te sorprendas canturreándolas cuando te asaltan desde alguna radio fórmula.
También hubo lugar para el futuro y este llegó con una pieza mucho más dura, 60 shades, que es de las últimas compuestas por Siberia para que formen parte de su próximo disco. En ella tuvimos otra buena ocasión de ver cómo Belén se las apañaba muy bien con su guitarra, aunque alguna que otra vez perdió la batalla con el brazo de trémolo, dejando aquí un solo muy original con chirridos agudos que sin embargo resultaban muy eufónicos. La enlazaron con War of the words -distinta a la de Fight aunque compartan nombre-, en el que el protagonismo del solo correspondió esta vez a la batería de Willy, en el tramo final de la pieza. Cerraron el primer pase con Crazy Zombie, la canción que pertenece y lleva el nombre de la otra banda en la que Héctor tiene la voz solista. Igual que cuando la canta con ellos, aquí también todos terminamos gritando con él, en forma de llamada y respuesta, esas palabras del título y las fuertes cuerdas vocales del cantante cubrían todas nuestras voces aunque se mantuviese apartado del micrófono inalámbrico que usaba.
Cuando entraron un rato después de nuevo en el escenario, Siberia nos golpeó a todos como un tren a toda velocidad con canciones que definieron a toda una generación de músicos y fanáticos del rock. Este segundo set fue una mezcla de clásicos del rock y canciones propias que encajaron muy bien entre todos nosotros, que cantamos con ellos todas las que conocíamos y celebramos con vehemencia las que ya teníamos olvidadas. Entre las primeras, un Smoke on the water que la banda extendió más tiempo incluso que los propios Deep Purple en su versión del Made in Japan, disparando a toda máquina. Y entre las segundas un Waking the enemy con un primer solo de Belén que tuvo continuación unos minutos después con otro de Fidel, largo, cargado de emoción, espectacular; una tórrida tormenta de notas, una explosión entusiasta después de la cual solamente debería haber quedado tierra quemada; sin embargo, lo que surgió detrás fue Una nueva vida. Una canción muy apropiada, de las primeras que compuso Siberia allá por 1986, que sirvió para demostrar con la frescura de la interpretación de hoy, cómo la banda, con su metal de la vieja escuela, ha tenido la flexibilidad suficiente para adaptarse y sobrevivir frente a los constantes cambios de personal. El estado general seguía cargado de euforia.
El Burn de Deep Purple, en lugar de un aburrido ejercicio de reconstrucción histórica se convirtió en un baile a cuatro bandas: los riffs alternos de Belén y Fidel, por un lado; la contundencia rítmica de Dani y Willy, por otro; Héctor ejerciendo de dios del Valhalla y en cuarto lugar nosotros, apóstoles de la doctrina sagrada a la que me referí en el primer párrafo, de una era analógica antes de que el hard rock se dividiera en subgéneros, glam, thrash, doom, post-grunge… triturados por el vértigo de lo que escuchábamos y de cómo la nostalgia nos quebraba la voz cuando queríamos cantar también… All I hear is buuuurn… you know we had no taaaaaaaaim, we could not even traaaaaaaai, you know we had no taaaaaaaaaaaaim… hacía tiempo que no se me mezclaban el sudor y las lágrimas. De nuevo Siberia demostró que dominaba los tempos eligiendo para continuar otra canción que definía perfectamente cómo nos sentíamos todos: Fuera de control; un toque embriagador en la hechicería que la banda ejercía sobre nuestras voluntades.
En los bises, todos de nuevo a desgañitarnos; primero con el Rock the Night de Europe, aunque yo ahí me dejé llevar más por el alivio de la garganta que me producía la cerveza fría y dejé que la destreza vocal la ejerciera Héctor con el apoyo de los demás, al fin y al cabo, cuando presentó la canción, diciendo que era una vuelta a nuestros inicios, en 1986, yo le hice notar desde la barra que sería para ellos, que yo por entonces tenía ya 30 tacos y mucho rock sobre mis hombros. Así que mostré aplomo en el primer bis y entrega en el segundo. Claro, que el segundo fue Highway to Hell y toda la banda, menos Willy, la terminó de rodillas en el centro de la sala. Héctor hizo acopio de nuevo de sus grandes reservas de poder pulmonar a pesar del castigo de voz que llevaba en los tres conciertos seguidos y disparó al máximo el melodrama de este clásico de AC/DC; prueba de que la sangre fresca y la vitalidad lujuriosa pueden hacer que las canciones antiguas suenen completamente nuevas. Chispa y entusiasmo en una tarde/noche en la que nos subió la adrenalina.
