Hace muchísimo tiempo que no veía un título tan apropiado para un disco como el que le han puesto al tercero de Sputnik Trío, que se llama What the hate, unas palabras que en castellano no tienen sentido traducidas de forma literal, pero que, con alguna que otra licencia, equivalen a nuestro ¡qué coño!, sujétame el cubata. Porque es que de ninguna otra forma que no sea respondiendo así a un desafío es posible interpretar una música como esta. Bueno, música… venga, sí, aceptemos el término, pero tamicémoslo diciendo que es una música muy libre, no en vano el trío que la interpreta se define a sí mismo como banda de free jazz e improvisación, una descripción que asumí como válida y comprobé que la llevan al límite desde que les conocí hace algo más de cuatro años en un concierto, tan corto como intenso, que dieron en la Torre de Radiópolis, donde derramaron acordes deconstruidos de tal forma que para mí fue una especie de epifanía. Yo ya había estado antes en conciertos de John Zorn, de Glenn Branca, de Stockhausen incluso, pero en todos ellos lo que sonaba se cimentaba en una serie de reglas, cartas y gestos, el entorno siempre estaba controlado; pero esa noche sentí que los tres tíos que estaban delante de mí tenían un don para tocar de forma mucho más espontánea… si hasta el saxofonista, Ricardo Tejero, metía latas de cerveza en su saxo para trucar su sonido.
Ricardo es madrileño, pero la reseña de este disco en nuestra web disonante está perfectamente justificada porque los otros componentes del trío son los sevillanos Borja Díaz, el batería, y el contrabajista Marco Serrato, al que ya conocéis porque he escrito sobre él muchas veces, la mayoría de ellas relacionadas con su proyecto más emblemático, el grupo Orthodox. Los tres se unieron en el 2013 para dar forma a este Sputnik Trío, que se ha convertido en una de las formaciones más estables del país en su (no) género y tienen dos discos anteriores a este, el primero, con título homónimo, editado en el 2014 a través del sello Raw Tonk Records y el segundo, Live Betrayal, que sacaron en el 2016 con el sello sevillano Sentencia Records. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, pero desde hace unas semanas volvemos a tener disponibles los nuevos sonidos abstractos y texturales del trío en este What the hate, que ha vuelto a ser lanzado con Raw Tonk tras estar algo más de un año en barbecho, porque Nacho García lo grabó pocos días antes del comienzo del estado de alarma en los estudios de La Mina y posteriormente lo mezcló en los de Happy Place. Contiene 45 minutos de mucho ruido, y también de muchas nueces.
El primero de los temas se llama como el disco y en él desglosan el lenguaje musical en sus partículas elementales; es difícil aventurar una afirmación como la de que quizás sea esta parte la más free de todo el disco, y me da la impresión de que detrás de las notas del saxo de Ricardo los otros dos se involucran, sobre todo Borja en la batería, en un terreno de improvisación en el que descubren facetas de su creatividad que no sabían que existían. Esa forma de los tres de expresar sus sentimientos y emociones va un paso más allá en la segunda pieza, Shade break, en la que no solamente rompen la sombra a la que alude su título, sino también los cánones establecidos en la interpretación musical, llegando Marco incluso a rayar en la cacofonía con su bajo.
La tercera de las piezas es la más corta, A call for Eric, que solo dura tres minutos y medio, cuando las dos anteriores se extendían durante cinco minutos más cada una y las dos posteriores ya ni os cuento. Ignoro a qué Eric será al que dirigen la llamada, pero siendo el gran protagonista el saxo, en el primero que pensé fue en Eric Prydz, pero hacen una reimaginación tan radical de la música que haría este que se parece mucho más a la de Albert Ayler con ese saxo, a veces irregular, a veces flexible, que se mezcla muy bien con el mundo sonoro del bajo y la batería.
En Mongrel cry es Borja quien adquiere el protagonismo con unas percusiones extremas, pero no en el sentido que pueden tener las del death metal, sino en la forma de llevar el expresionismo hasta el extremo, El bajo y el saxo quedan aquí ensombrecidos, aunque allá por la mitad de la pieza Ricardo alcanza y sobrepasa a Borja en esta más que improbable intersección del free jazz con los alcances más extremos del improv. La actividad creativa de Sputnik Trío forja aquí un nuevo híbrido musical de difícil descripción, terminando por fomentar la comunicación entre tres instrumentos que al comienzo parecían completamente separados.
El final es Time hunters, dieciséis minutos de ambient opresivo, difícil. Y en realidad es así todo el disco. No os voy a recomendar su escucha porque sé que para hacerlo hay que tener una predisposición que no todo el mundo tiene en su ánimo, pero sí os invito a que escuchéis algunas partes, porque aquí mismo tenéis el disco completo a vuestra disposición y penséis en que más allá de la música convencional ha habido tres personas que se han preguntado ¿cómo iría esto con esto?, y después de preguntárselo lo han imaginado; luego lo han oído y han hecho que suceda y lo han grabado. El resultado no tendrá un gran impacto en la escena musical local, pero Sputnik Trío, con su obra, la han hecho mucho más grande.