Theo Lawrence. Sala X. 15 de mayo de 2023
Anoche disfrutamos en la Sala X de uno de los conciertos más elegantes de los que hemos tenido últimamente. Corrió a cargo de Theo Lawrence con su banda francesa y tuvo lugar ante varias decenas de espectadores, que completaron algo menos de una media entrada en la sala. Theo es un cantante -se acompañaba de una guitarra acústica que cambió por un banjo para tres canciones- que reina en su propio universo con su hermosa voz de crooner. Con él tenemos la ilusión perfecta de tener delante a un músico de los de Tennessee de tó la vida, que empezó a interesarse por el blues a través de lo que sus intereses adolescentes le llevaban a seguir en el YouTube, para aficionarse después al rock inglés cuando estaba en la universidad y después deslizarse poco a poco por los meandros del rhythm and blues y el soul escuchando a artistas como Jefferson Airplane, Grateful Dead, Solomon Burke, RL Burnside y gente de esa calaña. Después de grabar un par de discos su estilo se vio reforzado con la llegada de Bastien Cabezon a la batería y de vez en cuando a la segunda voz, y Julien Bouyssou, o JB, como lo presentó anoche, al piano -y un ratito a las maracas-, dos músicos de marcado cariz bluesy; además de Thibaut Ripault a la guitarra y Olivier Viscat al bajo, que son los que tiran claramente por el sendero del country. Estos cuatro acompañantes son los que forman The Possums, su actual grupo de apoyo, el que le da el equilibrio necesario para que le salgan conciertos como el de Sevilla, su segunda ciudad favorita de España, me pareció escucharle decir; la primera estoy seguro de que es Granada. Anoche parecía que en vez de en la Sala X estábamos en un viejo bar de Louisiana.
El concierto fue una delicia desde el principio, en que comenzó con un pequeño riff de guitarra de Thibaut sacado directamente de Regreso al futuro, y el piano eléctrico de Bastien brillando en el estribillo de California Poppy, su canción más pop, como indica su título -que sí, que ya sé que esa poppy es una amapola, pero me servía para el juego de palabras-, la que abre también su actual tercer disco, Chérie. De él rescató hasta media docena de las veintidós que interpretó -curiosamente, las de menos aires del country clásico que sopla en el disco-, contando los cuatro bises, salteándolas casi todas durante la primera parte del concierto, dejando para la recta final la que da el título al disco, antes de terminar el set con Adelita, una de las dos canciones de su disco de salsa picante, del que también recuperó más tarde N.O.I.S.E.
Pero hasta ir llegando a todas esas por el camino quedaron I’ll Never Get Over You, la segunda de las que hizo, rebajando el tono alegre para hacerlo lento, al estilo de los Everly Borthers; la tercera, que fue Universe Is Winding Down, con la que se fue al honky tonk tejano, seguida de Liquor and Love, de nuevo romántica –de mi corazón a tu corazón, nos dijo Theo-, un dúo sensual entre su voz y la guitarra de Thibaut, que le respondía, para continuar con la primera de las versiones que hizo, My Heart Has a Mind of Its Own, de Connie Francis, para mantenernos envueltos en el encanto y la delicadeza de los años 60 unos minutos más. Hasta ahora todo era un híbrido de diferentes estilos que coincidían en un desencuentro para dar un resultado único, que nos llenaba de nostalgia y mucho cariño, demasiado, incluso; había que dar una vuelta por la barra para aprovisionarse de cerveza con la que contrarrestar la carga de azúcar.
En ese híbrido, mezcla de estilos y sonidos, con un sentido de tradición y al mismo tiempo un toque contemporáneo, todavía no destacaba el country, pero entró en él con Baby Let’s Go Down to Bordeaux, aunque no lo hizo en la misma forma tejana de antes, sin dureza ni elementos característicos de la acritud del género, sino con el acercamiento que Elvis solía tener hacia estas canciones; de una manera erudita, pulcra y respetuosa de los códigos, pero sin la pátina peligrosa que le hubiese venido mejor. Claro, que si lo hubiese hecho de ese modo, el contraste con la siguiente hubiese sido demencial, porque ahora volvió a su nuevo disco con Now That You’re Gone, la balada más babosilla que tiene.
Después de un pequeño interludio instrumental, que comenzó con solos de teclado y acabó son solos de guitarra, Theo ya había soltado la guitarra acústica y sacado de su funda el banjo con el que se acompañó en las siguientes canciones, Lips of Fire, del EP que acaba de sacar este mes, con la que se adentró en los pantanos; How Great Thou Art, para que no faltase el gospel, con este himno cristiano -el segundo más interpretado del mundo, tras Amazing Grace– que debe su popularidad a la versión que hizo Elvis, con la que dio nombre al segundo de los discos de gospel que editó y una apoteosis blue grass de banjo que tapó la tercera de las canciones de una forma en la que me costó trabajo reconocer Little Darling; y así y todo no estoy muy seguro de que fuese esa. Con la que cantó después, de nuevo ya con la acústica, no tuve problema para saber que se trataba de That’s What You Get For Lovin’ Me, una canción que también popularizó Elvis -bueno, y Waylon Jennings con menos almíbar-, que supongo que sería un homenaje de Theo al recientemente fallecido Gordon Lightfoot, que fue quien la compuso y la lanzó originalmente.
¿Qué tocaba ahora? ¿Un ratito de rhytm and blues? Pues vamos con Hill of love y How Do I Learn To Lose, que tienen ese espíritu, sobre todo esta segunda, bañadas en una cálida luz vintage, redondeadas por suaves sonidos de teclado, con el que JB se vino arriba en I’m Movin’ On, la canción siguiente, original de Hank Snow, con la que la banda nos sacó de esos minutos narcóticos, en los que habían mantenido un perfil discreto, sin los excesos de ahora, confiando hábilmente en la elegancia y las texturas detalladas. La emotividad está bien para un ratito, pero en tres canciones seguidas el concierto se hubiese desdibujado un poco y hubiésemos tenido que volver a la barra a por más alcohol paliativo. Lo hice, de todas formas.
Las canciones que siguieron no eran versiones, pero N.O.I.S.E. volvió a tener olorcillo a Everly Brothers y la otra, que no reconocí, era de un estilo tan calcado al de Billy Swan que en realidad igual sí que era una versión. Siguió con Chérie –la única palabra en francés que voy a pronunciar en todo el concierto, nos dijo; recordemos que él es francocanadiense- otra declaración de amor a la música country con sedosas notas de teclado y guitarra; una joya. Tras presentar a la banda, encadenó la música que estos marcaban de fondo con los primeros acordes de Adelita y con ella terminó el set. Para los dos primeros bises se quedó a solas en el escenario y nos hizo un par de baladas eternas de ritmo lánguido, Fool of Love y To the Faithful. Y para los dos últimos volvieron a salir The Possums para acompañarle en vete tú a saber qué dos piezas de rockabilly reposado; tan lentorro que la segunda canción tenía unos acordes calcaditos a los de Roadrunner, pero en la que el correcaminos corría a la misma velocidad que el coyote. Que las cosas viejas suenen como cosas nuevas ya no nos sorprende. Y Theo Lawrence es un experto en hacerlas sonar así.