Después de ir lanzando algunas canciones sin tener muy claro cuál iba a ser el futuro de ellas, una vez que Turmalina ficharon por el sello Flor y Nata Records, decidieron agruparlas en un EP que desde hoy mismo está ya completo con la aparición de El golpe que nos quede, la cuarta y última de las canciones y la que le da el nombre al total de la obra.
Turmalina querían darle un giro a sus canciones para que su sonido fuese más puro, con menos artificio, y se pusieron en manos de Paco Loco para grabarlas en su estudio y que les ayudase a sacar a relucir la crudeza de su interior. Y han tenido éxito manipulando ideas en pos de un concepto inusual, diferente al que manejaban en sus dos discos anteriores. Por lo que pudimos ir apreciando a medida que iban saliendo las canciones, Ser mejor, Buridán, Club social y ahora El golpe que nos quede, saltaba a la vista la especial atención puesta en ellas, en el color de cada una, en las hipérboles eléctricas logradas por las sólidas líneas de bajo de Fran Garrido, las densas baterías de Adri Ramírez y los diversos matices que saca de las guitarras Pablo Donato; para reforzar la historia que se cuenta en las canciones le inyectan la voz de Ángeles Jiménez; una voz que sabe ser blanca, susurrante, lo más parecido a la sensación etérea de una caricia, como también explayarse en una bella nube para que de su interpretación dependan los momentos más luminosos del disco.
El orden en el que han colocado las canciones en el EP no ha sido el mismo en que han ido apareciendo. No sé si será el adecuado para los oyentes más impacientes que quieren las ráfagas ardientes nada más entrar, pero para aquellos que, como yo mismo, disfruten del discurrir placentero de las canciones, es un premio extra notar como la sensación de plenitud va ascendiendo constantemente, sin perder el impulso del arranque, con Club social, hasta que con la última, Ser mejor, adquieres plena lucidez de la riqueza artística que has ido dejando atrás y que te empujan a considerar este disco como uno de los mejores que has escuchado en los últimos meses, y que se queda excesivamente corto; cuando terminamos de escucharlo nos quedamos con la necesidad de más textos inteligentes enmarcados en melodías que abarcan, como estas, desde el corte más pop hasta la furia de guitarras desquiciantes.
En este disco están todos los argumentos sobre cómo diseñar la línea entre vulnerabilidad y plenitud; aquí los dramas, las tensiones, la oscuridad y la luz del día, las exploraciones musicales, toman forma extensamente, como parte de una pintura móvil que lo ocupa por entero. A los rockeros que miran por encima del hombro a las bandas indies, les puede sorprender, si escuchan este disco, que Turmalina puedan sonar tan duros, agresivos e intensos como cualquiera de sus bandas de cabecera y con similares explosiones de poder. Tan solo cuatro canciones que por su simplicidad y su complejidad, su espacio y su precisión, su habilidad para ser una cosa y todas las cosas, sus enormes aspiraciones y sus considerables logros, transportan, por derecho, a la banda, a las mayores alturas.