The Cynics + The Wild Pajarracas. Sala X. 16 de septiembre de 2019
La mano de hierro del progreso puede haber borrado casi todos los puntos de referencia del rock and roll en Sevilla, pero anoche, en el pegajoso ambiente de la Sala X, su espíritu troglodita seguía vivo, y hacía muchísimo tiempo que no se veía la sala tan animada y llena de gente en una noche de lunes.
Fuzz, garage, rock and roll; eso es lo que íbamos a buscar y desde el principio lo tuvimos con los Wild Pajarracas. Ellos son simple y llanamente el garage que nunca morirá, el que existirá mientras cuatro tíos empuñen sus instrumentos con ganas de bronca y diversión y otro se ponga al frente de ellos para dejarse la garganta en cada concierto. Los Pajarracas toman prestado de todos lados, pero eso no importa cuando se consigue acabar todo un concierto sin aburrir lo más mínimo, siempre potentes en su manera de moverse por su bien referenciado estilo. Sorpresas, ninguna… bueno, que yo hasta ahora no les había visto en directo en esta época y me parecieron muy superiores a lo que les recuerdo de décadas atrás… descargas eléctricas garageras, disparadas con convicción y una segunda guitarra de Toni dándole la réplica a la principal de una forma en la que después con The Cynics se echó a veces de menos que no existiese.
Después de que The Wild Pajarracas calentasen al público a base de bien, los veteranos garageros de Pittsburg, Kastelic y Kostelich, apoyados por una indescriptible sección rítmica española, que les acompaña desde hace ya varios años, formada por Ángel Kaplan, al bajo, y Pibli González, a la batería, subieron al escenario y descargaron una versión brutal de Baby, what’s wrong, la canción con que abrían su disco Rock ‘N’ Roll, el mejor de todos los que han grabado en sus varias décadas de vida. A gritos, entre el frenesí de las primeras filas, comenzaron los disparos rápidos de guitarra con que iniciaron Way it’s gonna be, la segunda canción del mismo disco. Siguieron Girls, you’re on my mind, después Get my way, Tears are coming…¡estos cabrones nos estaban tocando en directo su mítico tercer disco de pé a pá!; la cosa no podía ir mejor.
Pero de pronto dejó de sonar la guitarra de Gregg Kostelich. Los Pajarracas salieron pitando hacia el escenario para dejarle una de las suyas; pero no fue necesario, lo que Gregg se había cargado era su amplificador (nada extraño porque seguro que el tío tenía puesto el volumen al 12) y como perro viejo que es, tenía a su lado un segundo ampli. Michael Kastelic tuvo el enorme oficio de seguir cantando suavemente la canción con el apoyo del bajo y la batería repitiendo acordes y en cuanto Gregg volvió a hacer tronar su guitarra las lágrimas de la canción, Tears are coming, comenzaron a fluir caudalosamente, pero de alegría. Siguió el Rock ‘N’ Roll con Business as usual, Cry cry cry, You got the love y los Cynics entregados con una intensidad desbordante. Una versión feroz de Close to me aumentó la velocidad y apretó aún más fuerte el lazo de unión de la banda y su entorno de anoche, de gente enfebrecida… Different worlds, Now I’m alone, What you get, de nuevo con gritos desbordados, Last time around… y el ritmo solo cedió cuando entonaron la última canción del disco, The room, en la que la banda dejó asomar el ramalazo folkie que a veces les hace parecer uno Byrds un poco pasados de rosca.
Pero solo fue un descanso; después de recorrerse íntegramente el Rock ‘N’ Roll echaron la vista aún más atrás y el chisporroteo volvió a adueñarse de la atmósfera eléctrica de la sala porque los Cynics nos estaban rehaciendo, de forma muchísimo más fuerte de cómo la recordábamos, la primera canción de su primer disco, el inicio de su carrera, Blue train station. La gente rugió, la multitud se volvió un animal sin control, parecía que aquello sería el climax del concierto; pero no, parecía imposible, pero aún nos vinimos más arriba con el Yeah! de su segundo disco, que nos obligaba a gritar yeah!, yeah!, yeah!, una y otra vez.
Circles, arcs and swirls y I need more fueron por fin dos canciones de este siglo. Hubiese estado raro que no tocasen nada de su último disco, aunque este sea ya del año 2011; y estas dos, una tras otra, no desentonaron en absoluto; es más, mostraron todavía más la maestría instrumental de la parte española de la banda porque Ángel y Pibli ya formaban parte del grupo cuando las grabaron y sus bajo y batería (la gran batería) son parte intrínseca de ellas. Para el final del set necesitaban una explosión que hiciese quedar pequeño todo lo que habían hecho hasta ahora… ¿lo conseguirían?
¡Joder, si lo consiguieron! La guitarra de Gregg se separó del cuerpo de este para adquirir vida propia; era imposible que unos dedos humanos la pudiesen hacer sonar así. Ella fue el nexo de unión entre No way y Love me then go away, las dos canciones que encadenaron, incluso saltando de una a otra, para la apoteosis final. Pero todavía quedaban los bises, que no se hicieron de rogar; la gente aún no había abandonado del todo la barra en la que buscaban refrescarse urgentemente cuando The Cynics volvieron a trepanar nuestros oídos, esta vez con la única canción ajena que tocaron, el Gloria’s dream que en 1966 escribiese y produjese el mismísimo Kim Fowley para unos Belfast Gypsies de los que nunca más se ha vuelto a saber nada excepto cuando estos tipos les sacuden el polvo, como anoche. Y el final lo pusieron con Turn me loose, otra de sus canciones del siglo XXI, pero esta vez de su disco editado en 2002.
No, el rock no se está muriendo, aunque muchas veces pueda parecerlo. Y en noches como esta sientes que su corazón underground latirá para siempre.
