HUM! (Cuerda Huida + Blooming Látigo + Trípoda + Espiricom). Sala Holländer. 22 de abril de 2023
A veces, muchas más de las que creemos, merece la pena el riesgo. Y muy arriesgado parecía desde luego organizar un concierto con cuatro bandas de perfil underground en una recóndita sala de un polígono cochambroso la misma noche del estallido de luz y alegría en nuestra ensimismada Sevilla. Decisión suicida a priori la del pujante colectivo HUM que sin embargo resultó todo un éxito, a escala menor claro, logrando atraer a un centenar de sevillanos que, por lo que sea, optaron por esta propuesta, llámenlos locos o raritos. Llámennos, que uno lógicamente estaba también presente –sí, todavía se hacen crónicas in situ– y además se hizo semejante autorregalo de efeméride.
Antes de entrar en faena, es justo recalcar tres puntos relativos a la afluencia de espectadores. Muchas veces en esta web hemos sido muy críticos con la falta de público en los conciertos en Sevilla en general y es necesario ponderar que esas alrededor de cien personas que acudieron a la cita es un número muy considerable en parangón con lo que se suele ver en las salas, aunque parezca una cifra ridícula si la cotejamos con las que se dirigían en tropel hacia Los Remedios, y además bastantes más de las que la entidad convocante logró juntar en su primera entrega, por lo que sólo cabe felicitar a Alfonso Benítez y cía. por su tino en la elección del cartel y la acertada difusión del mismo. En segundo lugar, nos congratulamos de la amplia presencia femenina en la sala ¿un 30-40% del aforo?, que deja patente que el interés por las músicas marginales también les concierne a ellas, por mucho que el escenario sólo lo pisara una, o ninguna (luego lo explicaremos). Y por último y no menos importante, destacar –y este es otro tema recurrente– que entre los asistentes había no pocas caras conocidas de otras bandas de la ciudad, algunas incluso bastante alejadas en lo estilístico de lo que se ofertaba (gente de Escuelas Pías, Verano Cruel o Sweethearts from America), otras más afines (Orthodox, Nvdo, Hoy Es Siempre Todavía o Gu Vo, estos últimos obligados). Que no se diga que no hay apoyo mutuo.
Dicho lo cual, y por hacer un símil con la Feria de Abril que justifique tan estrambótico titular, podríamos convenir que el género –léase en su acepción no musical– que se exhibía sobre el escenario no era justamente pescaíto frito, que muy rico está, sino más bien otras delicias del mar tipo virrey (Trípoda, por aquello ser preciso escudriñar las profundidades para pescarlo), sargo (Blooming Látigo, por su carácter escurridizo y oculto entre las rocas), escorpa (Cuerda Huida, por su aspecto recio y vigoroso y su talante algo taciturno) o rodaballo (Espiricom, por su doble cara, analógica y electrónica). Cocinados en crudo o a la brasa, en todo caso. Y tampoco había miles de vatios para un refulgente alumbrao sino todo lo contrario: oscuridad, tinieblas y un tono negro dominante en la estética y puesta en escena, como debe ser.
Pasadas las diez de la noche abrían fuego, y nunca mejor dicho, los noveles –aunque ya curtidos en varias bandas– Cuerda Huida, un trío que se mueve entre el post-hardcore y el slowcore noventero con tremendo gusto. Que fueran el primer plato de la velada no parecía lo más adecuado, y el público quizás pecó de frialdad o escaso ardor aunque se palpaba que estaban agradando y mucho. Los espigados gemelos Lolo (voz y bajo, enrejado negro dejando ver el torso desnudo y tatuado) y Leo (guitarra) Santamaría conformaban una impactante imagen frontal y se afanaban en sacar llamas de sus cuerdas, con Carlos Cárave (batería) golpeando detrás del cantante con saña, en un repaso casi clavado en el orden de su disco homónimo, con un par de temas inéditos intercalados uno al principio y otro casi al final. Sus canciones de mayor pegada –Quiero más, Un cuchillo, Hedonistas depresivos– marcaron los momentos de clímax de un set de apenas media hora, sin estridencias ni verborrea innecesaria, que sirvió para exponer su exquisito criterio para remitir a Slint, June of 44, Shipping News, The Van Pelt o incluso Shellac, ahí es nada, sin para nada sonar a remedo. Para quienes les seguíamos la pista de cerca, la confirmación de que este trío merece la máxima atención y tiene tablas y gancho en directo; para los que nunca habían oído hablar de ellos, un feliz hallazgo según pude constatar.
Los segundos en salir eran dos, y eran nada menos que los renacidos Blooming Látigo. Pese a ir perdiendo miembros por el camino –el bajista José Alcántara y luego los bateristas Borja Díaz y Gonzalo Santana–, el impagable e inimitable vocalista que es Xavi Castroviejo ha decidido rescatar este proyecto conservando el nombre y ahora acompañado de Mariano Torres, vinculado a nombres tan dispares como José Cicuta, Marina Gallardo, Eikon, The Baltic Sea o Catorce, quien se convirtió en foco de todas las miradas cuando empezó a percutir con destreza inusitada una batería electrónica y todo un conjunto de cacharros metálicos, desde una panera a una bombona; en el otro extremo del escenario, Xavier Carlos montaba su particular show preñado de gestos, alaridos y un simpático outfit con bolsa de basura azulada transparente cubriendo el torso que no tuvo tanta gracia –luego nos confesó que había pasado un calor insoportable–. Con un denso humo de glicol añadiendo bruma a una propuesta primitiva, rudimentaria y casi improvisada –no llevan ni dos meses ensayando–, ambos fueron engarzando hasta media docena de temas aún sin título con reminiscencias a Einstürzende Neubaten y otras marcianadas protoindustriales, incluyendo el estribillo del célebre I wanna dance with somebody de Whitney Houston y hasta una saeta que le cantan a un Cristo en Marchena. Prejuicios, los justos.
De un trío a un dúo y de un dúo a un solista. Un par de minutos antes de que miles de bombillas se prendieran no muy lejos de allí, la Holländer se apagó y entró en penumbra con la propuesta entre el drone y el dark ambient de un extremeño afincado en nuestra ciudad de nombre Iván y de alias The Sun –parece una broma pesada–, quien comenzó su actuación ubicado en la parte izquierda del escenario, trasteando en su ordenador y caja de ritmos para arrancar atmósferas tenebrosas y amenazantes y un muro de sonido que fue a más cuando le añadió la guitarra. A menos fue en cambio el número de espectadores –bastantes se salieron ante la rudeza de la propuesta–, pero los que permanecieron gozaron de lo lindo con el incesante desafío a los sentidos de un Iván oculto tras su larga cabellera que hacía honor al nombre de su proyecto, Trípoda, pues semejante aldabonazo parecía fruto más de tres personas que de una. En el epílogo de su set fueron dos, ya que se hizo acompañar de una misteriosa mujer –de ahí lo que comentábamos al principio– vestida de negro con una suerte de velo incluido que no permitía contemplar su rostro, resaltando más si cabe la impresión de estar frente a un ser de otra dimensión dado además sus crípticos mensajes y movimientos. Tras marcharse Iván, quedó sola unos minutos más para entonar una especie de malévola copla.
Luego de un breve receso subieron a las tablas los únicos foráneos de la noche, en este caso el dúo murciano Espiricom, formado sobre la base de Schwarz e integrado por Alfonso Alfonso a la guitarra y voz y Fran del Valle (también en Perro) a la batería y electrónica; situado el primero en diagonal a su compañero y casi de espaldas al público. Sufrieron problemas técnicos iniciales que aprovechó Alfonso para presentarse, pero la gente quería ruido y alguien le contestó: ¡Música!. Solventado ese escollo, en efecto brindaron ruido y de muchos decibelios, alternando temas de su último álbum, Nuevo orden mágico (arrancaron con Un mínimo chamánico, luego vendrían El rayo no puede dañar el rayo y Desierto blanco), con otros de su antecesor, Trapezoide, e incluso de la banda madre. Apenas seis-siete piezas pero de extensa duración y rugosa densidad, con una notable capacidad del percusionista para conjugar armónicamente batería y bases y voces pregrabadas, con sonidos de vajilla de cristal o una rana croando. En los parajes en los que lo analógico se impuso a lo digital sonaron más convincentes, sin duda.
Como tampoco a nadie de los presentes le cupo la menor duda de que había sido todo un acierto desdeñar las luces y el aroma de fritura en favor de la música. Es lo bueno que tiene a veces ir a contracorriente.