Los Fusiles. Sala X. 30 de abril de 2021
Dos conciertos ayer en la Sala X de Los Fusiles. Los dos con todo el aforo permitido completo. Los dos con una energía que sobrepasó muchas veces los límites de nuestra capacidad de reacción, muy restringida por las preceptivas medidas actuales. El primero, que comenzó a las cuatro de la tarde me lo contaron a mí; el segundo, que presencié en la sala desde las siete y media, es el que os voy a contar yo a vosotros.
Pablo, Quique, Juanlu y el otro Pablo nos llevaron por un camino sembrado del mejor pop rock que se hace en la ciudad, y estoy por decir también que en el país. A sus grandes canciones no sé qué etiquetas ponerles, ¿mod?, ¿punk? Qué más da; son canciones de Los Fusiles. Y nos conmueven con ellas.
Estaban presentando Victoriosa, el segundo de sus discos, de reciente edición, y con la excepción de María Dolores lo interpretaron entero, intercalando siete canciones más del disco anterior, que sonaron… iba a decir tan bien como siempre, pero no, sonaron incluso mejor, porque momentos como el último del concierto, el final noisie con el que cerraron ¿Quién le escribe al coronel? fue una maravilla; o el intrincado trabajo del bajo de Juanlu, que más parecía Bruce Foxton, en La llamada, incluso se comió a las sutiles armonías de Pablo y Quique.
Comenzaron precisamente con una de las canciones de ese primer disco, Bala errante, probablemente la canción en la que la voz de Pablo se mueve más hacia el tono de Jaime Urrutia, en ese rango que tiene su tesitura vocal, que le lleva fácilmente desde ese referente al de Josele Santiago, cuyo paradigma podría ser perfectamente Tu sueño, la canción del nuevo disco que cantó poco después, una canción que pasará de ser fantástica a absolutamente redonda el día que Quique tire el canutillo metálico y haga el slide en su guitarra con el cuello de una botella de Jack Daniels. En medio de esas dos hicieron un Pasen con el que comenzaron a saltar las chispas de esa guitarra de Quique, antes de llegar a un final demoledor. Después los golpes de batería marcaron el inicio de La reclamación, que siguió con la banda sin bajar el frenético inicio que Pablo Guinea les marcó a golpes de baqueta.
Tres canciones del segundo disco siguiendo a una del primero. Una pauta que volvieron a repetir comenzando esta segunda vez con Sadie, una canción que nos recuerda lo bien que saben los acordes añejos de dos guitarras paralelas, la de Pablo Cuevas y la de Quique. Las tres nuevas que siguieron esta vez fueron La chaqueta de piel, Chica de ojos claros, memorable, con Quique cambiando su Gibson por una guitarra de palo y El olvidado, en la que Quique, de nuevo electrificado, se marcó el segundo gran solo de la noche… o el mejor solo… o, bueno, vamos a dejarlo en otro de los solos elegantes e inmejorables, porque si estoy destacando el de Pasen y este de La reclamación, tampoco se puede quedar atrás el que hizo en La llamada, que precisamente fue la canción siguiente, durante los segundos en que nos sacó del embrujo al que nos tenía sometidos el bajo de Juanlu.
La versión de Primero izquierdo que interpretaron en directo fue mucho más cruda que la que suena en el disco, pero eso hizo que la voz de Pablo aún se luciese más, terminándonos de romper el corazón con más golpes de los que ya nos había dado en él con la Chica de ojos claros. Y una nueva vuelta al primer disco para quedarse ahí un buen rato con el rock setentero de Galones y esplendor, las mariposas en el estómago del Pablo más dulce en El parque y la contraposición del más macarra en Tarde de perros, que no es Mecánica aplicada pero que vale igual… bueno, igual no, para que nos vamos engañar, esta última me faltó.
El final fue de los que exigen ser recordados por mucho tiempo. Los Fusiles hundieron los dientes en sus canciones y el cierre del concierto fue tremendo, perfecto; sencillamente perfecto. La forma en que encadenaron Victoriosa a Pasacalle en la ciudad con los apuntes finales de la guitarra de Quique crearon en todos nosotros una tensión, que se fue acumulando por el hecho de, no ya de no poder bailar, que al menos yo no soy de los que suelen hacerlo, sino de no poder levantarte de la silla ni apenas moverte, y que tenía que salir por algún lado. Y ¿Quién le escribe al coronel? hizo que esa tensión saliese convertida en lágrimas. La oscuridad y la mascarilla sirvieron para ocultar sentimientos que sin embargo, al encenderse las luces mientras Los Fusiles se despedían de nosotros, pude apreciar en muchos ojos tan humedecidos como los míos.
La canción del Coronel la remataron con ruido, en un final incendiario para un concierto de canciones dinámicas y emocionantes que estoy seguro de que van a resistir el paso del tiempo para que los rockeros sevillanos, esos a los que Pablo se refirió ayer con las palabras que dan título a esta crónica, las recuerden durante años; todos los que estoy seguro que va a durar la reputación de Los Fusiles, construida con esa clase de canciones y sellada con conciertos como este.
